02 diciembre 2010

Tímida pena

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Tímida pena

Jugando con sábanas y aire ¿por qué debería sentirme apenado?¿de qué se supone debería sentirme apenado por? ¿De las marcas sobre mi cuerpo? ¿De las cicatrices en mi piel? ¿De mis moretones? ¿De mi cara?... No hay nada que yo debería ocultar, al menos no de ti.

En la intimidad de estas paredes no hay secretos que tu piel o la mía puedan ocultar de nuestros ojos, porque aún vestidos entre sábanas las caricias de nuestras manos explorarán las memorias de nuestros cuerpos y serán nuestras bocas las que en silencio grabarán el registro de cada uno de nuestros encuentros.

Sin sonidos.

Sin palabras.

Sin lamentos.

Mientras estemos entre sábanas y aire todo lo que necesitamos son nuestras miradas. No tenemos que preocuparnos por los susurros del viento cómplice divirtiéndose entre la lluvia, ni del frío invasivo, del tono gris del día o la tranquilidad de la noche, todos ellos conspiradores activos que intentan desviar la intención de lo que realmente me importa: tú.

Es por eso que entre sábanas y aire no hay nada por lo que apenarse, pues es este aire que compartimos y son estas sábanas con las que jugamos las que nos recuerda que éste es nuestro espacio, que éste es nuestro mundo, y que las marcas sobre mi cuerpo son recuerdos dejados por tus manos, que las cicatrices de mi piel esperan tu afecto, que los moretones que me cubren son regalos de tus labios y que mi cara… mi cara siempre, siempre, estará buscando que la tuya en mis ojos se refleje.Autor:kuroi

24 octubre 2010

Lo que busco

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Lo que busco

Busco una sonrisa que me levante el ánimo, una sonrisa que me empuje cuando mis pies se hayan cansado de caminar y me haga ver siempre que es posible seguir adelante, que siempre es posible ir un poco más allá.

Busco unos ojos que no me encandilen, unos ojos de los que no sea necesario preocuparme cuando desvíen su mirada al encontrarse con las marcas de mis imperfecciones, porque desde un principio me vieron tal como soy, con mis inseguridades y mis convicciones.

Yo busco… busco dos manos que sepan cuándo ser fuertes y un par de pies que sepan pararse firmes a mi lado, aún cuando el camino se vuelva turbio y resbaloso.

Busco también unos labios dulces y cariñosos a los que no les racionen los besos ni le repriman a gotas el afecto. No me importa el color, no me importa el grosor, yo busco unos labios que no teman pronunciar mi nombre ni se sonrojen cuando los míos le recuerden el suyo.

Busco unos labios agresivos y ajenos al pudor porque entre dos no hace falta la distancia ni el temor.

A pesar de mi escasa experiencia, yo busco a alguien que me quiera enseñar a besar para así luego yo poder enseñarle cómo se debe amar.

Busco a alguien que le ponga un rostro a esa imagen del amor que poco a poco se desvanece pero que todavía se rehúsa a desaparecer. Un rostro por el que valga la pena luchar y una mente por la que valga la pena dejar de buscar la manera de siempre tener la razón, aún cuando sabes que de verdad la tienes.

Un rostro que me haga dejar de ver hacia arriba para poder observar las estrellas, porque la única estrella que valdría la pena observar en mi cielo decidió quedarse a mi lado, al modesto alcance de una de mis manos mientras la otra permanece libre para escribir esta oración.

¿Es acaso eso mucho pedir?Autor:kuroi

21 septiembre 2010

El mapa de mis anhelos

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El mapa de mis anhelos
Foto original: Jessica Bradley


Era una tarde lluviosa como cualquier otra en esta temporada de lluvia, hacía rato que había dejado de llover pero el cielo gris anunciaba una continuación. Para ese entonces, las ventanas de mi balcón se habían convertido en una suerte de guardianes pues sus armaduras de vidrio resguardaban el poco calor que quedaba en la habitación, calor que el forajido del viento se empeñaba a arrebatar lentamente en una ruidosa lucha contra mis protectores, lucha que iba ganando poco a poco.

Al parecer, en algún momento la música se había cansado de acompañarme y decidió darle paso al silencio. No había algo de especial en ese día, nada dentro de estas pálidas paredes, paredes bañadas del gris que lograba filtrarse entre las persianas que colgaban delante de las ventanas, observando pacientes los tonos monocromáticos de las nubes que se esparcían por la ciudad.

Nada en esta habitación era especial, nada a parte de ese viejo sillón donde tú reposabas de espaldas al balcón, con la resaca de una siesta taciturna reflejada en tu mirada y con una suave sonrisa que se alegraba de estar ahí, conmigo. Feliz porque sí. Feliz por el simple hecho de sólo estar entre el silencio, sentados sobre ese pasivo mueble tú y yo.

Me viste una vez más con esa mirada relajada y tranquila, extendiendo tu mano con paciencia hasta acariciar la piel de mi rostro, pero a pesar del contacto, el sueño te volvió a ganar y tus ojos se cerraron una vez más. Es injusto pensé, mientras tu sonrisa de satisfacción comenzaba a desvanecerse de tu rostro.

No pienses demasiado, sólo respira.
No pienses demasiado, sólo siente.
No pienses demasiado, sólo existe o el universo de posibilidades te hará desparecer en el vacío del arrepentimiento.
No pienses…


Con gentileza mi mano se acercó a tu frente y te pidió con un gesto silencioso tu confianza. Tú exhalaste y yo asumí eso como tu aprobación. “Sólo… no te muevas” dije y lentamente fui acercando mi boca al lado derecho de tu cuello hasta que mis labios sintieron el calor del aire que cubría tu piel. En silencio, dejé escapar un poco de mi aliento para preparar la zona donde luego penosamente te besé, así como un niño que juega a los piratas, yo comencé a trazar el mapa del tesoro que guardaría mis anhelos.

Con la yema de mi índice tracé una línea imaginaria que subía por tu cuello hasta llegar a la esquina de tu boca. No pienses demasiado, me repetí y con mi mano derecha me atreví a sostener tu rostro mientras mi pulgar se dedicaba a conocer las diminutas comisuras de tus labios, contemplando las intimidades ocultas entre los pliegues de esa delicada piel rosada. Entonces sonreíste y yo no pude evitar hacer lo mismo, convirtiéndonos en unos tontos hablando en silencio.

Para ese punto me acuerdo de 3 cosas: hacía frío, el viento había dejado de pelear con la ventana y yo comenzaba a tener sed… mi boca comenzaba a tener sed.

Una última vez mi pulgar recorrió el borde de tus labios, despidiéndose así de tu boca para continuar trazando esa línea imaginaria que recorría tu rostro, atravesando simétricamente tu nariz a pesar de sus perfectas imperfecciones hasta llegar al medio de tus cejas. Allí, mi pulgar prefirió jugar a trazar pequeños círculos que le permitieran apreciar disimuladamente la textura de tus vellos, círculos que querían atrapar el tiempo en una espiral de sentimientos que finalmente escondería entre las sombras de tu ondulado cabello, enredándolo junto con mis dedos para que no nos lo pudieran robar.

¿Cómo podías estar tan tranquila? ¿Cómo podías confiar tanto en mí? ¿Cómo? ¿Por qué?...

Respira, sólo respira… y respiré.

Sólo siente… y entonces me dejé llevar.

Con suavidad besé primero tu frente, por tu mente aceptarme cómo soy y por querer sinceramente permanecer aquí conmigo. Luego besé tus ojos comenzando por el derecho, por ver siempre más allá de lo que quiero mostrar y por ver maneras de hacerme reír. Entonces besé con cuidado la punta de tu nariz y eso al parecer te causó cosquillas porque tu boca se curvó levemente en una cómplice sonrisa.

Finalmente, poco a poco fui acercando mi boca a la tuya hasta ese punto en que mis labios podían sentir los tuyos aún sin tocarse. La sed de mi boca se había extendido a mi garganta y el calor de tu respiración la llevaba hasta mis pulmones.

No pienses… pero lo hice.

Mi boca dejó escapar mi aliento sobre la tuya, liberando todas esas palabras mudas que no te podía decir, y al igual que con el cuello marqué ahí el punto final del mapa del tesoro que había comenzado a trazar y que en algún momento regresaría para reclamar.

Afuera, el sonido de las gotas estrellándose contra las ventanas indicaba que había comenzado a llover. Mi boca seguía sedienta y tú… tú seguías ahí, mirándome con esa mirada cansada y tranquila, regalándome una sonrisa relajada en ese sillón desgastado en una tarde lluviosa nada especial, sonriendo de nuevo para mí.

No pienses demasiado, sólo disfruta el momento.Autor:kuroi

16 agosto 2010

Lo que nos separa

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Lo que nos separa

Amor, no mires hacia arriba que hoy el cielo está hermoso; sus nubes llenas de curvas y con sabor a algodón se bañan en la tardía luz de este sol tímido y sonrojado. Entre los límites difusos de sus sombras ellas juegan furtivas a lo lejos, juegan cosas que sólo ellas saben y que nosotros sólo podemos imaginar, cosas que ruborizan al cielo y lo obligan a que lentamente abandone su reino, dejando que luego sea la luna curiosa quien espíe sin preocupaciones ni inhibiciones. Así como te gusta.

Amor, no mires hacia arriba que puedo sentir cómo tu cintura ignora el contacto de mi brazo al abrazarla, y cómo tu piel ignora los besos de mi mano. Mientras tu mirada reposa en las estrellas, puedo ver cómo tu boca se vuelve inmune ante las caricias que la mía dibuja delicadamente sobre las pequeñas grietas que el tiempo ha dejado sobre tu rostro. Ni una mueca, ni un desliz, poco a poco tus labios se transforman en piel y arrugas, nada más.

Amor, por favor, no mires hacia arriba que cada vez que lo haces tu mirada se pierde en la distancia, entre las nubes y lo que no podemos ver, entre lo que llena al sol de pudor y lo que la luna se esmera en conocer.

¿Es que acaso no ves, amor, que cada vez que miras al cielo tu piel se vuelve intangible a mis dedos y tu mente se encuentra tan lejos que mis palabras se pierden en la briza que acaricia tu rostro? Perdidas entre pensamientos ajenos a nosotros, pensamientos ajenos a mí.

Si tan sólo te atrevieras, amor, a mirar hacia atrás y así contemplar que, aunque tú te puedes mover libre por el cielo, mi cuerpo está anclado a la tierra intentando romper estas cadenas para poder acercarse al tuyo, intentando recibir de ti algo más que sólo tu silencio.

Es que no te das cuenta, amor, que poco a poco no es el cielo lo que nos separa, es este vacío que deja tu mente al buscar algo más.

Lo que nos separa, amor, eres tú y soy yoAutor:kuroi

04 julio 2010

Entre sábanas

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Entre sábanas
Foto: Arlette Montilla. Parte de la serie "Insomne"


Hoy no llueve y el viento decidió alejarse de tanto calor, en su lugar sólo quedó el molesto chillido del silencio que también viene y se va, pues la soledad de este cuarto se ha convertido en su refugio favorito para esconderse de los alborotados seres que habitan fuera de él.

Hoy no puedo dormir, víctima una vez más de este insomnio que me acecha últimamente, un insomnio que tiene nombre y apellido… Sin embargo; el reloj del despertador me recuerda fútilmente que ya ha pasado la medianoche, que mañana tengo que trabajar y que tengo que descansar, que debo dormir, pero hoy mi cuerpo se encuentra atrapado entre sábanas y mi mente lo suficientemente libre como para pensar en ti.

Es así como mi mente estúpida repara en tu ausencia, en ese espacio que sobra entre sábanas y en el lado vacío de esta cama que alguna vez fue pequeña, pero cuya inmensidad real ahora se disimula entre las sombras de las telas que se arrugan sobre ella, estas sábanas frías y pesadas que resaltan la falta de tu calor.

Entre las sábanas es cuando mi mente inicia su propia cacería de brujas, intentando encontrar los culpables de que no estés aquí para poder quemarlos en la hoguera. No importa la razón, no importa el causante, sólo importa el resultado: quemarlos hasta que se consuman con el fuego imaginario de mi ansiedad.

Creo que es esta podrida ciudad: sus calles, sus plazas, sus centros comerciales, ¡su todo! Es ella la que ha alargado los segundos y atormentado mi mente, llenándola de recuerdos sobre los días que he pasado aquí mientras que tú duermes en algún lugar lo suficientemente lejos de mí.

Es esta distancia que nos une a lo lejos la que me hace querer que estuvieses cerca, muy cerca, dentro del alcance de mis brazos para poder así arroparte entre ellos y luego sentir tu pecho palpitante bajo mis manos. Es ella la que me hace querer que fuese yo quien estuviera al alcance de tu boca para que, poco a poco, pudiera perderme entre tus besos, esos besos dulces que a veces sellas mordiendo mis labios, hasta que finalmente pueda dormir a tu lado y así poder volver a soñar con tu sonrisa.

Después de todo, es tu compañía la droga que necesito para dormir en paz. Es tu compañía la que calma mis pensamientos y cura mi insomnio. Es tu compañía y nada más.

Nada más.Autor:kuroi

25 mayo 2010

Naranja y oscuro

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“Hola ¿Qué tal?” fueron esas tres palabras las que, para mí, marcaron el inicio de lo que sería una hermosa experiencia, una expedición fotográfica a través de Venezuela donde un grupo de personas, acompañadas por sus cámaras, pasaría días y noches disparando sus obturadores en medio de disputas territoriales con mosquitos y demás especímenes de la fauna salvaje criolla durante un total de 16 días. 16 días exactos y 17 desconocidos por conocer, analizar, querer y odiar…

En ese momento, yo ya sabía tres cosas de ti: la primera que eras fotógrafo, bastante obvia por su puesto. La segunda que eras de Caracas al igual que yo, pues tu acento lanzao te delataba con facilidad. Y finalmente que tenías una sonrisa cautivadora. No contagiosa, no… cautivadora.

El tiempo pasó muy rápido y sin darnos cuenta en doce días ya habíamos abandonado el caos capitalino para encontrarnos en la tranquilidad de la Gran Sabana. En doce días había aprendido a fotografiar paisajes a través de ventanas, a tomar fotos a la aparente oscuridad de la nada nocturna sin alterar su esencia y, especialmente, había aprendido alrededor de diez mil maneras diferentes de justificar cada foto que sacaba donde el flash se disparaba accidentalmente con tal de poder apreciar mejor lo que estabas haciendo, esas figuras que tus manos trazaban en el aire o la manera como tu rostro cambiaba de expresión sin perder ese brillo en tu mirada que relampagueaba al cruzarse con la mía para luego anunciar, con el tronar de tu carcajada, la tormenta que estaba por desatarse dentro de mi pecho…

Así llegó el décimo tercer día y con él Santa Elena de Üairen. Para ese entonces el sol decidió tomarse un descanso y en su lugar dejó a las nubes más oscuras que en mi vida había visto. Fue un día de lluvia, lo que se tradujo como un día de descanso y de intercambio intelectual entre colegas.

Tras horas de monólogos monótonos fragmentados bajo la lluvia tú me llamaste, dijiste que necesitas ayuda con algo, yo sonreí y tú no demoraste en hacerlo también. “No tardaremos mucho, lo prometo”, añadiste intentando disipar alguna duda inexistente en mi mente y con un simple “Ok” ambos nos despedimos del grupo y abandonamos la sala donde nos encontrábamos.

Tú me condujiste entre los pasillos de la posada donde nos hospedamos hasta llegar a una habitación pequeña y arreglada. Ahí todo era de madera: el piso, la puerta, los muebles y la ventana inmensa incrustada en una de las paredes.

Entonces volviste a hablar mientras señalabas con tu cámara la ventana cerrada mostrando el anillo dorado que reposaba en el dedo anular de tu mano izquierda, y sin titubear te acercaste a ella y con tu mano libre la abriste de par a par dejando que una luz anaranjada inundara la habitación. Sin que nos diéramos cuenta, en algún momento había dejado de llover y ahora el cielo estaba salpicado de pequeñas nubes esparcidas que se bañaban en los tonos oxidados del atardecer.

“Aquí”, dijiste señalando el marco de la ventana abierta. “Son sólo unas fotos en contraluz, ven”, añadiste dejando escapar de nuevo esa sonrisa que no me dejaba pensar en una excusa válida para refutar tu petición. Yo me paré al borde de la ventana y tú me diste unas instrucciones que intenté seguir al pie de la letra mientras tú tomabas distancia y te alejabas de mí. Te sentaste en la cama y el sonido del obturador de tu cámara comenzó a resonar en la habitación.

Moviendo tu cabeza de un lado a otro regresaste y me diste más instrucciones: “Coloca tu mano aquí”, y con gentileza sujetaste mi mano alejándola unos diez centímetros de mi cuerpo. “Ahora inclina un poco los hombros hacia acá. Así, y ahora mira hacia acá”.

Tu mano comenzó a acercarse hacia mi rostro, deteniéndose a mitad de camino. Allí, con tu rostro parcialmente iluminado, tu boca mortificada dejó escapar una pregunta “¿puedo?”. Ante la escases de palabras que mi mente podía recordar, mi cerebro sólo me dejó asentir mientras te miraba fijamente.

Tus manos reanudaron su viaje hasta que se encontraron con la piel de mi quijada y lentamente ejercieron presión hasta que mi cara comenzó a ceder. A esta distancia podía ver por primera vez la seriedad en tu mirada, estabas nervioso pero tus manos se quedaron ahí, inmóviles, como partes de una estatua que se rehúsa a seguir el flujo del tiempo; sin embargo tu carne no pudo evitar recordar que no podía ser piedra y tu mano izquierda abandonó su lugar despidiéndose de mi cuello mientras continuaba su descenso hasta tus caderas, y aquél resplandor dorado se desvaneció entre la sombra de tu cuerpo.

Instintivamente mis ojos reflejaron mi confusión y mi temor, señales que tu captaste sin problemas pues con tu mano derecha todavía tocando mi quijada dijiste “Yo he visto cómo me miras, esa forma como tus ojos retroceden al encontrarse con mi mirada y se esconden detrás de tu cámara. He visto cómo tu sonrisa se asoma cada vez que me rio y…” Despacio, tu dedo pulgar se alejó un poco del resto para acariciar el borde de mi boca, detallando gentilmente los detalles secretos de las intimidades de mis labios.

Con lentitud pude ver como tus ojos se iban haciendo más grandes y como el aire se iba tornando cada vez más cálido. Poco a poco pude apreciar los distintos tonos de caoba que coloreaban tu iris hasta que finalmente pude sentir cómo tus labios saludaron a los míos y, en ese momento, todo se volvió naranja y oscuro…

Esa noche no llovió más, pero la luna quiso acompañar su velada con un viento intermitente que estaba decidido a arrastrar consigo el vapor de un pueblo caluroso cada vez que soplaba.

Entonces llegó el día número catorce, y con el no tardaron mucho en aparecer los días quince y dieciséis marcando el fin de una expedición que terminó donde todo comenzó. Como dije, fueron dieciséis días y 16 personas para conocer, analizar, querer y odiar… pero sólo una para amar.Autor:kuroi

20 mayo 2010

Pequeño niño

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Pequeño niño

Pequeño niño por favor no llores, tu sabes que todo estará bien, que el monstruo que una vez azotó tu cuerpo y dejó las heridas que palpitan en tu pecho hace tiempo ya que decidió partir. Ahora sólo queda aquella colina marchita donde él te encontró a la sombra de ese árbol seco que ha comenzado a florecer.

Pequeño niño por favor no llores pues tus lágrimas oscurecen el cielo y una a una amenazan con inundar las verdes praderas que sembré para ti, esos campos dorados en otoño y coloridos en primavera que disfrutan componiéndote hermosas melodías cada vez que el viento se decide a jugar entre sus hojas, creando remolinos que alborotan tu cabello antes de partir de regreso al mar, a ese mar que a veces es oscuro y otras no tanto que espera algún día poder conocerte.

Pequeño niño por favor no llores, yo sé bien que aún tienes miedo: miedo de la soledad, miedo del tiempo y de sus conjugaciones, miedo de ti y de lo que puedas sentir o de lo que no… pero debes saber que el miedo te teme más a ti, pues él sabe que tú puedes vivir sin él pero él no puede vivir sin ti.

Pequeño niño por favor no llores, porque el clamor de tus sollozos contamina el aire y destiñe de las nubes sus colores borrando de ellas sus texturas, lavando sus tonos morados y azules hasta dejarlos grises y opacos, volviéndolas simples y aburridas como la carne sin sal, perdiéndote así los sabores que el cielo se complace en mostrarte cada vez que desde tu colina te echas sobre su loma para soñar que nadas entre sus masas de algodón.

Por favor niño no llores, pues tu dolor no te deja ver que el monstruo, aquel que alguna vez con sus garras rasgó tu carne y marcó tu pecho, ya no puede hacerte más daño pues tu cuerpo ha crecido y tu piel se ha vuelto inmune a sus garras, que tus brazos son fuertes para defenderte y tus piernas veloces para que él no te pueda alcanzar.

Pero sobre todo, joven niño por favor no llores, pues tu sabes que el tiempo nunca se detuvo y que por él el pasado se quedó atrás, atrás con la soledad, y que ahora tu puedes sonreír otra vez, libre como siempre lo has sido y libre para vivir feliz en tu colina, esa colina donde siempre has estado tú y donde ahora también estoy yo.Autor:kuroi

09 mayo 2010

En este mar

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Hoy vine a este mar para sumergir mi cabeza en sus aguas y dejar que la delicadeza de su movimiento oscilante limpiara las impurezas de mi mente. Hoy vine para que una a una, cada una de sus olas besara mi frente y se llevara consigo el desconsuelo de mis pensamientos, o para que al menos me hiciera olvidar las estrellas que no puedo dejar de imaginar en el cielo, esas estrellas que uso para navegar y las que suelo intentar alcanzar extendiendo mi mano hacia el firmamento… pero hoy los valles de las olas son muy profundos y sus picos están muy ariscos, por lo que cada vez que intento apartar las nubes otra ola golpea mi cuerpo y lo arrastra en un remolino de confusión de nuevo a un lugar sin ubicación.

Hoy el mar está agitado, el vaivén de sus olas mece mi cuerpo cansado que flota sobre su superficie irregular. Hoy no hay luna y tampoco hay sol, sólo el frío de esta agua salada que se resiste a tragarme completo y a mostrarme la soledad de su abismo, mientras tanto yo sólo quiero permanecer aquí, remolcado por su corriente, sin rumbo, entre la espuma arrastrada por el viento y las nubes revueltas que cubren al cielo que no puedo alcanzar, nubes de tormenta que relampaguean en silencio.

Hoy el mar está afligido y el viento trata de consolarlo, pero el mar es demasiado grande y el viento muy liviano como para cargarlo entre sus brazos, así que el mar brama sus sentimientos intentando desahogar su pesar en una batalla de la cual yo soy su único testigo y todo lo demás su enemigo.

Hoy, sus aguas oscuras se pelean entre sí y se enfrentan a golpes contra el viento. Es una pelea inútil, una pelea de frustración y una pelea necesaria. Nadie gana, nadie pierde… pero aún así los contrincantes no cesan los ataques que sacuden el lecho de ésta cama líquida donde reposo.

Hoy el mar está en conflicto consigo mismo y con el viento, el primero quiere batallar para liberar su ira y su desilusión pero el segundo lo ignora y se burla del anterior mientras baila entre sus olas, desgarrando de sus crestas las lágrimas que el otro se rehúsa a mostrar. Todavía flotando, yo sigo entre sus aguas esperando a que el cielo libere las gotas de lluvia que no quiere dejar ir, esas lágrimas reprimidas entre nubes de apariencia y engaño que no me dejan ver los rastros de luz salpicada que flotan por encima de éste mar en el que descanso. Después de todo, hoy el mar está revuelto… este mar de mis pensamientosAutor:kuroi

30 abril 2010

Víctor

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Víctor

Él vivía en una cueva, o eso decía. Él era él, un hombre que, por orgullo o mala suerte quizás, vivía una vida llena de contraste e ironías que no muchos lograban apreciar. Diferente y único, simplemente… él.

Con sus cabellos ondulados y desteñidos por el pasar de los años, él se sentaba a observar las señales que el tiempo dejaba a su paso sobre las paredes de la cueva que enmarcaban su reino, un reino donde él era el Rey, el príncipe y el heredero de su único tesoro material, de esos puentes entre su pasado y presente. Un pasado que llevaba con orgullo como si de una corona se tratase, una corona oxidada y deteriorada por las marcas de sus errores pero que aún así esperaba el momento oportuno para deslumbrar con su hermosura oculta entre tanta aspereza.

Libros, y nada más libros, era lo que se guardaba en sus imponentes arcas imaginarias e invisibles.

Sin esperarlo, él se convirtió además en el guardián de aquella colección de textos escritos en inglés, francés, alemán, italiano o cualquier otra lengua foránea, distinta de su natal castellano, que le hacían recordar su rico ayer cultural.

Eran los libros los que lo alejaban del escándalo de los motores caraqueños que resonaban en su cueva y lo transportaban a esas sesiones musicales donde saboreaba la elaborada melodía de las obras de Bach o los armoniosos waltz de Tchaikovski.

O eran las novelas que leía las que le causaban reminiscencia de su pasado como artista, aquel donde asistía a festivales internacionales de teatro en una Venezuela que todavía consideraba libre, distinta, haciendo que olvidara aunque fuera por un minuto al rudimentario trono de plástico desde donde se sentaba cada día, con su báculo hecho de madera y con punta de goma, a ver los carros pasar más allá de la entrada de su cueva mientras esperaba a alguien que visitara la soledad de su reino con olor a papel y sabor a antaño.

Un visitante que, quizás, con suerte quisiera conversar un rato para así poder mostrarle su sonrisa incompleta oculta tras su bigote densamente poblado. Un visitante que más que turista fuera un aventurero, alguien que se atreviera a cruzar sus fronteras para explorar a su reino después de leer el aviso tácito que rezaba: “dejad atrás todos vuestros prejuicios, abrid vuestra mente y cerrar vuestros ojos, aquellos que disfrutan dejando escapar vuestros temores, sólo así podréis ver más allá de lo que enfrente de ti encontrarás”.

Sí, es cierto que él vivía en una cueva, una que él mismo cavó sin darse cuenta, sin ver al futuro, confiado en el presente. Por querer ser fiel a sí mismo él se aisló de muchas cosas pero nunca de la realidad ni de su identidad, pues de su cueva el único que no podía entrar y salir era él, ¿o es que alguna vez has escuchado de algún Rey que abandonara a su reino?

Después de todo, él dejó de ser muchas cosas para pasar a ser otras pero nunca dejó de ser lo que siempre fue. Al final, al igual que al principio, él era simplemente: Víctor.Autor:kuroi

22 abril 2010

Cartas del olvido

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Cartas del olvido

Hoy se cumplen treinta años de silencios cantados, melódicos, melancólicos y atesorados en cofres de papel sellados con tu tinta y adornados con tu escritura, llenos de palabras que se escaparon del tiempo y decidieron quedarse aquí, conmigo.

Palabras que se repiten pero que no dejan de ser únicas sin importar cuántas veces las lea; sin importar cuántas veces piense que te leo a ti. Tú, quien una vez me dijo que me amaba y después de un beso prolongado me miró como sólo alguien que se despide de aquella persona de quien no puede separarse por mucho tiempo lo haría. Con ese lamento reflejado en tus ojos, tú subiste al avión que te llevaría lejos, demasiado lejos, a un lugar donde no todos podemos llegar y para el cual es necesario desaparecer en el aire. Sin rastro, sin huellas ni pistas que me condujeran a ti. Sólo desaparecer en el aire… y ya.

Treinta años han pasado y yo todavía leo tus cartas, aquellas que nunca me enviaste, buscando indicios que delaten el camino dorado que me llevará a tu escondite secreto antes de que el tiempo afecte mi vista y destiña el dorado de sus ladrillos, cambiándolos por un ordinario tono rojizo cubierto por el musgo de mi decepción y opacado por el pasto de tu olvido.

Autor:kuroi

14 abril 2010

Paranoia

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Paranoia

No importa cuánto intente resistirme, creo que desde hace tiempo que ya es demasiado tarde para mí.

No sé si fue el ondear de tu cabello, el resplandor de tu sonrisa o el tono de tu voz, pero desde aquel momento que te cruzaste por mi camino, extendiste tu red y yo caí directo en tu engaño. Trillado, lo sé, pero aún sigo siendo esa polilla que se quedó pegada en algún lugar de tu tejido casi invisible pero de fragancia tan dulce que me es imposible resistir el acercarme sólo un poco más, tan sólo un poco, y saborear ese perfume tuyo.

Aún a pesar de eso, yo siempre fui libre de ir a donde quisiera, pues los hilos de tu red eran muy flexibles, pero sobre todo intangibles. Después de todo, con el tiempo entendí que tu red no era para mi cuerpo, si no para mi mente.

Era mi mente la que me hacía decir esos chistes que no te agradaban pero que te hacían reír, la que me hacía regalarte esas flores que te hacían llorar de emoción pero cuyo color no te agradaba, y la que hacía que mi mano acariciara tu piel y mis labios te dieran besos que te hacían sonrojar pero que a la final no te gustaban… No te gustaba… yo. Tú eras feliz y triste a la vez. Tú me querías cerca y lejos… pero cerca también… Y yo, yo no te podía entender. No te pude entender.

Finalmente tú pediste tiempo y espacio como si quisieras crear otro universo paralelo. “Al menos por un tiempo” fue lo que dijiste y yo accedí. Libre por fin de tus contradicciones, podría vivir tranquilo sin pensar en lo que querías de mí, sin pensar en ti. Libre al fin de tu red… o eso creí.

No estoy seguro cuándo fue, pero tú me llamaste sólo una vez luego de que me dejaste ir. Sólo fue una vez algún tiempo después de que tu rostro dejara de visitar la soledad de mi mente, y de pronto fue como si nunca te fuiste de ese rincón de mi ser consciente e inconsciente reservado para ti. Únicamente para ti.

Comencé a verte en cada esquina donde giraba, en cada escalera, en cada mesa y en cada calle a la que visitaba, aún cuando no lo quería. Especialmente cuando no lo quería. Toda conversación que sostenía era contigo incluso cuándo no eras partícipe de la misma, sin importar que estuvieras novecientos ochenta mil quinientos setenta y tres kilómetros (y veintiocho centímetros) lejos de mí, con una tribu caníbal en alguna isla desconocida o en un antro rodeada de hombres y mujeres cazando su próxima víctima o su próximo trofeo.

Yo sabía que no estabas ahí, que no estabas aquí, pero aún así el viento traía ese perfume que alguna vez disfrutaba tanto oler directo de tu piel. Ese perfume que exudaba el hilo invisible que se pegó a mí y nunca me dejó ir, manteniéndome preso en una red de paranoia, y que ahora se tensaba nuevamente para hacerme volver a ti.

Autor:kuroi

09 abril 2010

Sequía

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Sequía

Ya perdí la cuenta del tiempo que tengo perdido y desorientado en este desierto de suelos agrietados y cielo despejado. En realidad, nunca comencé a llevar el conteo de los segundos, minutos, horas o lo que sea que ha transcurrido desde que terminé en este lugar. La unidad de tiempo no tiene relevancia, pues lo único realmente importante es el cómo llegué aquí. El cómo fue que dejé que me trajeras a este lugar seco y solitario.

Tú tienes la culpa y deberías ser tú quien me lleve a otro lugar. Un lugar diferente, donde el intenso resplandor del sol no sea causado por el brillo de tus ojos. Quizás así mi mente deje de alucinar por el calor de éste desierto, y deje de hacerme caer en los espejismos causados por el reflejo de tus ojos, esos ojos cálidos e inocentes. Quizás.

No sé cuánto pueda soportar, pero en este aire seco la espera es cada vez más difícil. Mi cuerpo comienza a temblar, quebrándose en pedazos que mi sudor logra mantener en su lugar pero que mi piel sólo se resigna a revelar. No hay manera de que las grietas que separan a éstos pedazos se puedan ocultar, ya que en éste desierto me encuentro desnudo sin tela que las cubra y no hay sombras proyectadas que se puedan esconder de la luz de tu mirada… y todavía tengo calor.

A pesar del cóctel de emociones que siento, en lo único en que pienso es el calor que atormenta a mi cuerpo. Calor.

Calor y más calor… Creo que, sin viento que revuelva el aire, será aquí donde moriré asfixiado… Si tan solo tu boca pudiera dejar escapar un poco de ese aliento fresco y así sellar las grietas que recorren mi piel.

Esa boca, tu boca…

El tiempo continúa pasando y la sequía llega a mis labios. Olvida la temperatura, al menos por un rato, ahora tengo sed y es en ésta sed en lo que pienso. Sed. Mis labios agrietados necesitan beber. Mis pies se niegan a moverse y mis brazos carecen de la fuerza para arrastrar mi cuerpo por las arenas calientes de éste desierto en busca de alguna salida. ¿Acaso ya es muy tarde para encontrar alguna salida?

No.

Tú me trajiste aquí y tú me tienes que ayudar a escapar. Tú me tienes que salvar. Me tienes que quitar ésta sed. Ésta sed de besos, tus besos, que tu sequía me ha ocasionado. No es bueno que, cualquiera que sea la unidad que uses para medir el tiempo que llevo en este lugar, dejes que éste siga avanzando. Así que… ¿por qué no vienes de una vez y me ahogas en un diluvio de tus besos, esos besos con sabor a limonada?

Autor:kuroi

06 abril 2010

La Luna, el Viento y la Tierra

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La Luna, el Viento y la Tierra

Al principio, siempre pensé que tú y yo éramos como el viento y la luna… Tú siempre fuiste libre de ir y venir cuando quisieras, recorriendo diversos lugares, arrastrando contigo nuevas fragancias o saboreando superficies familiares o desconocidas, parando sólo cuando quisieras, haciendo cosas que yo sólo podía observar, cosas que sólo podía experimentar de forma indirecta a través de ti… Para mí, el sólo verte era suficiente…

En cambio, al igual que la luna, yo siempre estuve ahí, presente. Aún cuando mi luz no iluminara por completo el cielo por el que transitabas, siempre estuve ahí, pendiente de ti… observándote, buscándote… Siempre con mis heridas expuestas por si las querías ver, por si las querías contar o por si querías hablar de ellas. A pesar de la distancia, y aunque algunas veces mi timidez no me dejaba mostrarme por completo, siempre esperaba por el momento en que, por alguna razón, te detenías a verme…

Sinceramente, nunca esperé mucho de ti. Como dije antes, con sólo verte me era suficiente, nada más con saber que estabas ahí podía desaparecer del cielo y aun así ser feliz… mientras pudiera verte mover… tan sólo verte mover… Aunque nunca estuvimos cerca, me gustaba pensar que podía escuchar el tenue sonido de tu voz susurrarle al mar, susurrarle a los árboles del bosque, susurrarle al cielo las cosas que pensabas sobre… ¿mí? Quizás querías saber cómo llegar a mí, por eso le preguntabas a las nubes qué tan lejos estaba, y a veces, por eso jugabas con ellas y las esculpías en formas tan hermosas que ¿cómo podría yo no verlas? ¿Cómo podría yo no apreciarlas? ¿Cómo podría yo… pensar que no eran para mí?

Sin embargo, con el pasar del tiempo fui descubriendo que, al final de todo, nunca estuve en lo correcto… Que no era yo por quien te detenías de vez en cuando. Que no era yo la razón de tu susurro al mar, que no era yo la razón de tus susurros a los árboles de un bosque. Que en realidad, no querías preguntarle a las nubes por mí, sino que le preguntabas qué veía yo desde acá. Pero sobre todo, descubrí que las nubes que deformabas no eran para que yo las apreciara… eran para que no pudiera ver lo que hacías con tu verdadero amor… la tierra.

¿Cómo pude pensar que preferirías a alguien en la distancia cuando podías tener algo tan cerca? En realidad… no lo sé… Todavía no entiendo cómo pude permitirme pensar de esa manera. ¿Por qué no pude ser feliz manteniendo mi distancia de ti? Como siempre había sido…

De todos modos, no puedo culparte y tampoco puedo quejarme. Después de todo yo siempre fui un espectador, tú siempre fuiste libre, y nosotros… nosotros siempre fuimos la luna, el viento y la tierra…

Autor:kuroi

14 marzo 2010

Cuando llueven hojas

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Cuando llueven hojas

Esta es la tercera vez que ambos venimos al mismo lugar. No estoy seguro de cuánto tiempo ha pasado desde la primera vez que intercambiamos palabras más allá de un simple “hola”, pero hasta ahora me conformo con saber que los momentos agradables que he compartido contigo han sido más que suficientes, por eso no necesito contarlos ni mucho menos enumerarlos.

Hoy el cielo se debate entre si ser cómplice al cubrirnos con la sombra de sus nubes, o si ayudarnos a distinguir el brillo de nuestros ojos al iluminarnos con la cálida luz del sol, esta vez demasiado cálida quizás. Sin importar cuál sea su decisión, nosotros seguiremos sentados sobre ésta grama bañada de sombras y salpicada por los rayos de luz que los árboles, victimas del verano, dejan pasar por entre sus ramas, pues la mayoría de sus hojas secas han preferido abandonarlas para intentar quitarle un poco de humedad al suelo.

Sé bien que conversaremos sobre la monotonía de nuestras vidas y sobre las cosas que algún día queremos hacer, ya sea solos o en compañía de alguien más. También compartiremos nuestras quejas y cada uno intentará comprender ese dolor. Durante horas nuestras bocas dejaran escapar palabras llenas de significados explícitos, así como otras ricas en mensajes ocultos que esperan sean descifradas según el código de nuestros labios y miradas.

Sin embargo, por mucho que quiera escuchar la melodía de tu voz o lo descabellado de tus ideas, tarde o temprano te cansarás de hablar y el sonido del viento sacudiendo las ramas de los árboles será la música que amenizará nuestros momentos de silencio. Momentos donde tú te distraerás contando las hojas sobre la grama o distinguiendo a las pequeñas aves camuflajeadas entre la vegetación. Aunque si pudiera escoger, prefiero esos momentos donde tu rostro se ilumina y tu mirada se pierde entre la lluvia de hojas que, arrastradas por el viento, van danzando elegantemente en el aire su camino hacia el suelo, luciendo aunque sea por sólo unos segundos esos tonos que contrastan con la claridad del cielo.

Esos momentos, cuando se supone que ambos deberíamos distraernos con lo mismo, yo me escaparé sin que te des cuenta y me atreveré a distraerme con la forma de tus manos y la distancia que separa tus dedos, o con la silueta de tus pies descalzos reposando sobre la tierra húmeda que se atrevió a dejar rastros sobre tu piel. Me atreveré también a ver cómo el viento ondea tu cabello y la forma cómo éstos se atreven a cubrir traviesamente el hermoso color de tus ojos.

Mi mirada recorrerá con cuidado cada línea, cada curva de tu rostro, repasando detalles que me cautivaron y descubriendo otros que había ignorado. Mis ojos repasaran la forma de tus hombros, pasando por tu cuello y luego por tu quijada, para finalmente llegar a tus labios rosados donde se quedarán un rato, intentando contar los pliegues que se dibujan sobre ellos. Pero entonces, sin darme cuenta caeré víctima del pánico o de la decepción… porque sin querer habré descubierto la gran distancia que hay entre los dos…

Aún cuando apenas estas a poco menos de un metro lejos de mí, ¿por qué siento que tengo que viajar más de una semana para llegar a ti? ¿Por qué, a pesar de todo, no estás un poco más cerca?
Más cerca de mi boca.

Autor:kuroi

11 marzo 2010

Preludio de un final

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Preludio de un final


Uno a uno los colores que alguna vez en el cielo pintaste han comenzado a desteñirse, y poco a poco cada uno de ellos se convierte en un sobrio tono de gris.

Una a una las estrellas que brillaban para mí, que brillaban para ti y que brillaban para los dos, han comenzado a desaparecer en silencio. Algunas sólo se apagan al darse cuenta de la realidad. Otras, víctimas de su propio peso, se despiden del cielo lanzándose en picada intentando atravesar las nubes antes de que se desmoronen en su lluvia.

Dispersas, las estrellas más cobardes o tímidas prefieren alejarse de mí y perderse en la oscuridad al cruzar el horizonte, mientras que las más temerarias y descaradas agitan el aire al pasar cerca de mí, sacudiendo la estructura donde me encuentro sentado… observando cómo todas las razones que alguna vez me gustaron de este lugar comienzan a desaparecer.

Uno a uno los pilares que sostienen este delgado piso de madera comenzarán a caer también. Ya sea por las estrellas o por la debilidad de sus bases, yo sé bien que tarde o temprano se derrumbaran gracias al tiempo. Para entonces, el cielo no tendrá suficientes colores, nubes ni estrellas que me distraigan de notar las cadenas quebradas que alguna vez me anclaron a este lugar.

Antes de que llegue ese momento, yo tendré que decidir cuándo volveré a erguirme sobre mis pies, estirar mis brazos y levantar la mirada para explorar la monotonía que quedará de los cielos; sólo así podré finalmente extender mis alas y con un paso hacia adelante saltar al vacío… y volar. Volar hacia lo desconocido, antes de que la oscuridad que crece en este lugar termine por devorarme también a mí...

Autor:kuroi

06 marzo 2010

Gritos de silencio

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Gritos de Silencio

Silencio es todo lo que alcanzo a escuchar oculto en ésta oscuridad incompleta, invisible parcialmente ante tus ojos mientras medito sentado sobre este suelo cubierto de hilos. Hilos color rojo como la sangre, extendidos a lo largo y ancho de la habitación trazando líneas curvas e infinitas que aparecen y desaparecen entre las sombras.

Silencio fue también todo lo que por un tiempo nunca hubo entre tú y yo. Tus gritos y tus reclamos. Mis quejas y mis protestas. Entre los dos, lo único que hacíamos era contaminar el ambiente de ruidos innecesarios con cada una de nuestras conversaciones transformadas en peleas verbales innecesarias…

Si tanto nos amamos, nunca pude entender ¿por qué no pudimos escucharnos el uno al otro? Si tanto nos quisimos, ¿por qué no pudimos entendernos del todo? Si tanto nos conocíamos, ¿por qué no pudimos decirnos todo lo que pensábamos con tranquilidad? ¿Es que acaso fue tanto nuestra ceguera que ya no nos veíamos aún cuando estábamos parados bajo la luz de nuestros ojos?

Muchas veces intenté decirte con señales las cosas que quería, las cosas que sentía… pero a éstas les faltaba resaltar más ante tus ideas, expectativas y preconcepciones. Otras veces, motivado por el deseo egoísta de luchar por lo que quiero, me animé a brincar el muro de miedo que había entre los dos para hacerte saber algunas de mis inquietudes, pero cada vez que lo hacía podía ver cómo de tu frente salía una delgada hebra rojiza que poco a poco se abría paso hacia el exterior, alargándose lentamente hasta que finalmente se desprendía de tu rostro para precipitarse con sutileza hacia el suelo en señal de dolor…

Por cada hebra que salía de tu frente otra salía de mi pecho. Con cada respuesta negativa de tu parte, una hebra se asomaba en la mitad superior de mi torso y, sin apuro, iniciaba su proceso de extracción y caída hasta llegar al suelo. Sin darme cuenta, después de cada conversación que sostenía contigo, enredados en torno a mis brazos o amontonados alrededor de mis pies se encontraban los hilos de frustración que escupía mi corazón.

Con el tiempo, el suelo de este lugar comenzó a tornarse rojo y sin darnos cuenta comenzamos a desenvolvernos sobre una alfombra delgada e irregular de dolor y frustración.

Aquí, sobre este lecho finamente acolchado, yo cierro las heridas que has ocasionado en mí, las heridas que yo mismo te di, y las heridas que sufrí gracias a mí. Con esta aguja y con estos hilos, yo coso el arma que nos hiere a los dos y sello mi dolor. Quizás así podamos llevarnos mejor.

Con cada puntada yo sabía que lo que te quiero decir no te gustaría. Con cada puntada yo sabía que al escuchar mis palabras dejarías de quererme… al menos tanto como decías hacerlo. Pero lo peor de todo es que, con cada puntada yo sabía que al mis pensamientos materializarse en palabras y salir de mi boca, éstas se transformarían en dagas que apuñalarían tu cuerpo, herirían tus expectativas y te causarían dolor, terminando los dos ahogados en tus hilos color rojo.

Una y otra vez, la aguja atravesó ésta tela de carne y con el rojo de sus hilos selló mis labios en una red de agujeros irregulares. Una red que atraparía el sonido de mi voz… Así, yo coso mi boca para que la próxima vez que discutamos sólo puedas escuchar mis gritos de silencio.



Autor:kuroi

27 febrero 2010

Lluvia

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Lluvia

Tú y yo... todavía no estoy seguro de lo que fuimos, de lo que somos, de lo que hemos sido... ¿Alguna vez hemos sido algo? Yo sólo recuerdo que tú siempre haz estado mirando hacia arriba, mirando hacia el cielo por donde yo siempre he flotado como una nube... o por donde al menos solía hacerlo...

Al principio, fuiste tú quien me vio primero pues, ante mis ojos, pensé que eras sólo alguien más que disfrutaba de la sombra pasajera que le brindaba. Sin embargo, tú hiciste algo que nadie había hecho hasta ese entonces: demostraste interés. Interés por ver cómo me movía lentamente, por ver cómo podía cambiar de forma cuando el viento venía a jugar, e interés por ver cuántos colores podía tener cuando el sol decidía bañarme con la luz de su atardecer.

Entonces, comencé a sentirme especial. Fui especial. Gracias a tu interés, nunca me alejé demasiado de ti para que así tu mirada inquisitiva pudiese encontrarme con facilidad. Cada vez me alejaba menos y menos, y sin darme cuenta el cielo se volvió demasiado grande para mí. Tu mirada me había atrapado en una red invisible, una red clavada en el cielo y marcada por las estrellas.

Preso en esa red intangible, yo traté de darte más, siempre más de lo que pensé te gustaba: colores, formas... ¿movimiento? Pero... por alguna razón me pareció que, en algún momento, para ti todo eso dejó de ser suficiente, y así tu mirada algunas veces se desviaba explorando otros lugares del cielo...¿Aburrido, quizás?

Sin darme cuenta, poco a poco fui perdiendo altitud, pensando que así podrías verme mejor; que así, todas esas formas y esos colores tan íntimos que exponía para ti, todos esos detalles tan mínimos pero tan llenos de significado, harían que tu mirada se fijara en mí nuevamente... Poco a poco, mi altura se convirtió en una cuenta regresiva que sólo se detenía cuando tus ojos me reflejaban sobre su córnea.

Sin embargo, ni mis intentos, ni lo que yo tenía para ofrecerte, incluso ni siquiera tu mirada... fueron suficiente para evitar que siguiera cayendo lentamente en caída libre a través del cielo. Demasiado pesado para la red y demasiado monótono para ti, el aire ya no podía sujetarme más y centímetro a centímetro, metro a metro, mientras tú veías hacia un lugar vacío en el firmamento, comencé a desmoronarme y lo que alguna vez me hizo especial para ti pasó a transformarse en numerosas gotas de agua.

Gota a gota dejé de ser algo diferente para convertirme en un montón de cosas iguales. Un universo finito de clones que caían en picada. En silencio, me fui deshaciendo de mis pensamientos y de mis sentimientos, cada uno convertido en una gota diferentemente igual a las otras que caían al vacío con la intención de tocarte, pero todavía me encontraba lejos de ti... muy lejos...

Mi lluvia de lamentos, de alegría, de dolor y de deseos siguió por mucho tiempo, mientras tu mirada distante se entretenía en otro lugar y mis gotas caían en frente de ti, acercándose cada vez más sin que te dieras cuenta. ¿O es que no querías darte cuenta?

Gota tras gota esperé que tu mirada regresara a mí, que volviera para hacerme especial nuevamente y así pudiera detener el conteo regresivo que se acercaba a su fin... Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco gotas faltaban por caer... Cuatro... Tres, y el recuerdo de lo que ser especial se desprendió de mi... Dos y la imagen de tus ojos abiertos observando el cielo cayó por el vacío... Una y finalmente el sentimiento de mi amor por ti se dejo llevar por su propio peso... ¿Amor? ¿O era sólo fascinación? ... Cero... y tus pupilas voltearon a contemplar la red vacía que alguna vez me atrapó en el cielo...

Mientras tus ojos trataban de descifrar el cambio en la aparente monotonía de aquel sector del espacio, mis últimas gotas siguieron cayendo hasta que llegaron a su destino final. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis gotas que humedecieron el suelo a centímetros de tus pies. Una gota que tocó la uña del dedo meñique de tu pie derecho. Otra gota que cayó sobre tu hombro derecho y que luego, víctima de la gravedad, se dejó deslizar por la curvatura de tu espalda. Una gota que cayó por tu cuello y deslizándose por tu yugular siguió descendiendo hasta pasar por tu pecho. Finalmente, una gota que cayó sobre tu ojo izquierdo haciéndote pestañear y luego, como una lágrima falsa, se deslizó por tu mejilla pasando de la comisura del borde de tus labios, añorando algo que sólo pudo ver, hasta que finalmente llegó a tu barbilla donde permaneció por unos instantes... Pensando sólo en ese sentimiento de amor hacia ti, con un último suspiro aquella gota solitaria, tan común pero tan diferente, se despidió de tu cuerpo y se dejó precipitar hacia el suelo... Pensando que algún día volvería a evaporarse para formar una nueva nube que surcaría los cielos, libre de alguna red, sin ataduras y sobre todo...sin necesidad de ser especial

Autor:kuroi

20 febrero 2010

En ésta playa

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En ésta playa

Aquí estoy de nuevo, a la orilla de este mar lleno de olas y bajo la sombra de este cielo nocturno forrado de nubes. ¿Cuántas veces tendré que pensar en lo que quiero? ¿Cuántas tendré que ver lo que no tengo? Y ¿cuántas veces tendré que entregarme a ésta agua, fría y salada, y dejar que sus olas despejen mi mente?

No importa cuántas veces mire hacia atrás, sobre la arena de esta playa sólo encontraré un par de huellas: las mías. Aquellas huellas que dejé mientras observaba a mis pies hundirse en la arena, consciente de mi peso sobre ellas, y consciente de los granos que se deslizaban entre mis dedos. Yo sé que probablemente, quizás… en algún momento del camino hubo marcas de otros pies junto a los míos, pero esos caminaron muy cerca del alcance de las olas y sus rastros desaparecieron como las estrellas bajo este cielo lleno de nubes. En cambio, tarde o temprano, las pocas huellas que lograron quedarse secas fueron borradas por sus dueños cuando éstos decidían alejarse de aquí, de esta playa solitaria que desde hace tiempo está habitada sólo por mí.

A veces es curioso cuando piensas que las cosas más sencillas son las más difíciles de obtener, como le pasa a las olas por ejemplo. Una y otra vez, el mar intenta llevarse consigo aquellos granos de arena grandes y sencillos, aquellos de superficie lisa, esos que a veces son tan grandes que para muchos dejan de ser preciosos pero que para el mar esos son los que valen la pena… Con sus olas el trata y trata de arrastrar a sus aguas ese grano que llama su atención, pero sin embargo, el peso de éstas sólo logra enterrarlo más y más entre sus pares más finos y comunes, aquellos que al ser más pequeños son arrastrados con mayor facilidad que esos granos tercos y pesados.

Ola tras ola, una y otra vez el mar intenta sin éxito. Una y otra vez y nunca se rinde. A pesar de que con cada intento sus manos siempre terminan vacías, para él es suficiente acariciar ese grano que sabe quizás nunca podrá obtener…

Yo sé bien que, aún cuando no esté consciente de eso, yo volveré aquí y me ahogaré en pensamientos que nublen mi cielo, aún cuando el viento salado intente alejarlos de mí, yo me aferraré a ellos porque me hacen sentir que aún tengo esperanza, que no todo está perdido, porque mientras éste corazón dañado, herido, maltrecho y oxidado por la sal del mar sea capaz de sentir algo, lo que sea, yo sabré que la brillante luz de la luna brilla detrás de éstas nubes grises y opacas. Mientras tanto, sólo tendré que concentrarme en esos momentos tibios y dulces, esos que dibujan una curvatura en mis labios, para así dejar que, ola tras ola, el mar arrastre consigo lo salado de mis pensamientos.

Con el mar y sus olas, yo me quedaré aquí, en esta playa silenciosa y solitaria, esperando encontrar ese grano de arena que decida dejar sus pisadas junto a las mías lo suficientemente lejos del vaivén de las olas y que, además, esté dispuesto a dejar huellas que no puedan ser borradas por sus pies, de modo que cuando mire hacia atrás siempre las pueda ver adornar el recorrido que hicieron sobre la arena que cubre esta playa, la playa de mi corazón

Autor:kuroi

14 febrero 2010

Ésto no es amor

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Ésto no es amor

Esta no es una historia de amor. En serio: no lo es.

En este mundo, donde todos hablan del amor y sus virtudes, de cuán hermoso y maravilloso es, yo no podría estar más en desacuerdo…

Verás, para muchos el amor es una figura elegante de proporciones perfectas que llega sin avisar y se queda a su lado día y noche, noche y día. Su rostro exhibe una sonrisa tan radiante que, con tan sólo ver la más mínima curvatura en esos labios tan carnosos es suficiente para hacer que el resto del día sea sólo juego muy divertido. Su mirada es tan cautivadora que, sus víctimas, se pueden perder por horas detallando hasta la más infinitamente pequeña línea del iris, hipnotizados… ensimismados… recorriendo el camino de la vida guiados por la mano del amor…

Tú podías verlos por ahí, siempre en parejas, siempre felices y nunca pensando en los demás… ¿Qué había de mí? ¿Dónde estaba mi amor?... Pues, estuviese donde estuviese, ciertamente no estaba cerca de mi… ¡y yo tampoco lo necesitaba de todos modos!
Los días pasaron y pasaron otra vez y con ellos llegaban las semanas, los meses y los años, y mientras tanto yo contemplaba sentado el vaivén de parejas desfilar frente a mis ojos, hasta que por fin pasó… Sin darme cuenta, llegó a mí por la espalda, siendo su tímido golpecito sobre mi hombro derecho lo que me hizo voltear y… todavía pienso que quizás hubiese sido mejor no haberlo hecho…

¿Ya dije que la gente siempre ha dicho que el amor es algo hermoso, agradable y maravilloso?... En mi caso, el amor no podría ser algo más amorfo, desagradable y horroroso… y la cosa más extraña también… en serio…

Para empezar, ella… ¿él?... ¡eso! Lo que sea que tuviese al frente de mí tenía una pierna el doble de larga que la otra, la cual no podía hacer algo más aparte de colgar en el aire al no poder alcanzar el suelo. Su torso, tan pequeño como una pelota de fútbol, servía de soporte a 2 brazos alargados, uno más grueso que el otro que se balanceaba ligeramente de adelante hacia tras y viceversa, intentando mantener el equilibrio cuando aquella figura quería mantenerse de pie… De su espalda, o de lo que podría decirse que era su espalda, salía una especie de aleta que simulaba una joroba bastante pronunciada. Su boca… o mejor dicho: su “boca”, estaba oculta por un conjunto de tentáculos que se movían inquietos sin parar… Aunque debo admitir que, por fortuna, sus ojos eran su mejor atributo… ya que no los tenía…
Maravilloso, ¿no?

Sin importar qué hiciera, esa figura siempre me seguía a todos lados, por más que intentara alejarme de ella siempre, ¡siempre!, tarde o temprano lograba alcanzarme y cuando lo hacía… peor que el más psicópata de los acosadores, extendía alguna de sus manos y junto con sus nunca inmóviles tentáculos… intentaba tocarme... pero yo no la dejaba. No la necesitaba…

El tiempo ha seguido pasando desde que apareció, y los días han traído nuevas semanas, nuevos meses y nuevos años, y sin importar todo lo que hice para deshacerme de esa figura, ella sigue aquí a mi lado… intentando todavía alcanzarme con sus dedos y sus tentáculos, y yo sigo aquí evitando que lo haga, mientras observo sentado en el mismo lugar de siempre el vaivén de personas siempre acompañadas por sus hermosas figuras de amor…

Como dije: esta no es una historia de amor… Después de todo ¿cómo podría estar enamorado cuando mi corazón ha pasado tanto tiempo aislado en la soledad y ya se ha olvidado de lo que es sentir? ¿Cómo podría reconocer al amor cuando ya se ha olvidado de cómo hacerlo? ..

Sin importar cuántas veces ésta figura deforme abra esos ojos brillantes que tiene en la nuca cada vez que le doy la espalda para que así, el azul de sus ojos tan claro como el cielo de primavera, me ilumine en mi oscuridad, transformando la noche en día… Sin importar cuantas veces sus tentáculos se muevan en armonía para revelar una sonrisa más radiante que la luz de la luna llena en la noche más oscura, y así rescatarme de ahogarme en pensamientos amargos… Sin importar todo eso… esta… esta todavía no es una historia de amor, ¿cierto?


Autor:kuroi

13 febrero 2010

Fragmentos

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Fragmentos

Una palabra. Hola
Dos palabras. Te quiero.
Una verdad. Me gustas.
Una mentira. No importa que no estés a mi lado.

Un gesto.
Muchos gestos.

Un deseo. Tenerte a mi lado.
Un anhelo. Estar a tu lado.
Una realidad…

Un problema. Tu rechazo.
Un sentimiento. Dolor.
Una emoción. Decepción.

Una lágrima. Sobre mi mejilla.
Más lagrimas. Sobre mi almohada.
Llanto.
Mucho llanto.

Muchas emociones.
Sólo un resultado. Depresión.

Un tiempo.
Mucho tiempo.

Una persona. Un intento.
Dos personas. Dos fracasos.

Silencio.
Soledad.
Muchas personas. Muchos “nada”.
Ansiedad.

Tiempo.
Mucho tiempo.

Una esperanza. Tú.
Un sentimiento.
Una emoción.
Una ilusión.

Una realidad. Quiero ser feliz.
Un anhelo. Que tú también.
Un deseo. Que sea conmigo.

Una mentira. Tú eres la primera.
Una verdad. Te amo.
Dos palabras. Yo también.
Una palabra. Amor.

Una pregunta. ¿Por siempre?
Una respuesta. Quizás.


Autor:kuroi

07 febrero 2010

Brazos rotos

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Brazos rotos

Como toda historia que se repite, hoy vuelvo a ti, a esta habitación oscura y sin ventanas, a esta habitación que sólo tiene cuatro paredes, una puerta y una cama.

Hoy ha sido otro día más, un día cargado de emociones y de pensamientos llenos de anhelos y de frustraciones… pero eso no importa ya. Hoy regresé, como siempre, para acostarme en esta cama y perderme en recuerdos, pero sobre todo, para dejar que el silencio invada mi mente y me haga pensar menos en lo que esperaba de ti, en lo que siempre he esperado y en lo que algún día espero encontrar…

De ti yo esperaba que me hablaras, yo quería que me vieras a la cara y dejaras escapar una de esas hermosas sonrisas que iluminaban tu rostro, feliz por verme una vez más, por estar allí, contigo. Yo quería que pensaras en mí y te sonrojaras, víctima de tu propia imaginación descontrolada e inocente a la vez, demasiado inocente… Yo quería que tú me abrazaras y, mientras sentía el calor de tus brazos extenderse sobre mi piel, que tú me dijeras que querías hacer todo eso por mí, no importaba si querías hacer mucho más porque eso ya era suficiente para alcanzar mi felicidad.

Quizás… sólo necesitaba que en ese abrazo íntimo, compartido entre tú y yo, me dijeras que querías permanecer así, de esa manera, cada vez que pudieras“siempre” no era una opción. “Siempre” era demasiado, era una falacia que ambos sabíamos era mentira… pero en cambio, “cada vez que pudieras” era simplemente perfecto.

Sin embargo, supongo que todo eso era mucho pedir, pues hoy estoy aquí porque de tu abrazo sólo quedaron tus brazos, ya que el resto de tu cuerpo pareció desaparecer junto con tus palabras, dejándome una vez más en la entrada de esta habitación fría, abandonada y vacía.. a donde sólo vengo a acostarme por un rato nada más, un rato marcado por un tiempo de pasos para nada uniformes.

Hoy me acuesto para dejar que estos brazos, tus brazos, caigan de una vez por su propio peso… solos, y que se unan así a esta colección de brazos caídos que forman la cama donde me encuentro…

Aquí, en esta cama de brazos, brazos fuertes, hermosos, débiles y heridos… todos distintos, todos vivos, todos del ayer… Aquí, yo seguiré recostándome para olvidar, y especialmente, para volverme a convencer de que algún día podré encontrar aquel par que no sólo se atreva a tocarme o a acariciar mi piel, o a sentir el calor de mis labios… yo seguiré esperando encontrar aquel que quiera aferrarse a mí con un abrazo, en vez de dejarse caer tarde o temprano en esta cama, una cama de brazos rotos.

Autor:kuroi

03 febrero 2010

Rocas

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Rocas

Memorias, recuerdos, olvido... ¿Alguna vez te has preguntado cuánto tiempo hace falta para olvidarte de algo? Algo pequeño, algo grande, algo horrible o algo hermoso. Algo. ¿Cuánto tiempo es necesario para que la clara imagen del recuerdo de algo cotidiano se convierta en una nube borrosa de lo que alguna vez fue? ¿Cuánto tiempo hace falta para que, por ejemplo, puedas olvidarte de cómo era la luna?... No lo sé, mucho tiempo quizás… aún no recuerdo cuándo fue que deje de recordar que ya no la recordaba más…

Sin embargo, hay cosas que muy a pesar del paso del tiempo son imposibles de olvidar. Aquellos momentos que, de alguna u otra forma, se tatuaron en mi memoria. Momentos llenos de sentimientos, momentos emotivos, momentos alegres, momentos que quisiera algún día poder olvidar…

Quizás no lo sepas, pero tú… tú una vez fuiste la energía que movía mi cuerpo y me hacía caminar sin destino, siempre siguiéndote a donde fueras. Aún cuando al principio no lo supieras… Tu pálido cuerpo me recordaba a la luna, tranquila y elegante, flotando en el cielo. Entonces, la primera vez que nuestras miradas se cruzaron fue como si tú y yo nos convertíamos en uno solo, no había nadie más, sólo nosotros dos; ahí, durante esa milésima de segundo, durante ese momento insignificante en el transcurso del tiempo, pude apreciar en detalle la hermosura de tu rostro: cuántas pecas tenías, el número de colores que se mezclaban el iris marino de tus ojos, la forma de tu boca y la curvatura de tus mejillas… Tú me sonreíste, y yo me paralicé… Tú te volteaste y seguiste caminando, y yo te observé en silencio mientras te alejabas…

Pero entonces, por alguna razón gané confianza y varias veces intenté acercarme a ti, convertirme en algo más que el rostro ocasional que te encontrabas esporádicamente, en algo más que la extensión discreta de tu sombra a la distancia, en algo más que el satélite que orbitaba alrededor de tu ser… Y tú me aceptaste, y yo fui tu amigo… Sin embargo, yo quería más, pero tú no podías darme ese más… no querías ser ese más…

Victima de mi gula y de mi terquedad, muchas veces lo intenté y muchas veces fracasé, y con cada fracaso terminaba cavando un hueco cada vez más profundo. Te ofrecía mi mano y tú eras autosuficiente. Te ofrecía mi hombro y tú no querías llorar. Te ofrecía mis consejos y tú tenias los tuyos… Y yo cavaba, cavaba y cavaba otra vez, hasta que finalmente el hueco se convirtió en una cueva, una cueva oscura y profunda, de paredes sólidas como la roca y donde la luz plateada que se reflejaba sobre tu piel se quedó atrás, en la entrada del hueco que tú me hiciste cavar…

Ahora de la luna sólo quedan rocas, rocas que tallé con su forma, rocas que se convirtieron en ti… Fue entonces cuando tu rostro perdió sus pecas, cuando el iris de tus ojos se tornó terracota y cuando tus mejillas perdieron su curvatura para tornarse angulosas…

Como dije, ya no sé cuánto tiempo hace falta para olvidarte de algo, y ya no sé cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que dejé de recordar que ya no te recordaba… En cambio, si se que desde el momento que dijiste “Ya no hace falta que nos veamos nunca más”, muchas cosas dejaron de ser igual; y ahora, del pasado sólo quedan… rocas.

Rocas, tierra y oscuridad.

Rocas, tierra y soledad.

Rocas, tierra y… yo…

Autor:kuroi

01 febrero 2010

Viento

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Viento

Nunca pensé que algún día volvería a este lugar, al menos no sin ti a mi lado. Aquí es donde nos conocimos, ¿te acuerdas? Al igual que ahora, el cielo se teñía de colores naranja mientras el sol lentamente se hundía en el horizonte, bañándose en las oscuras y frías aguas del mar. Las olas, las olas rugían feroces al estrellarse por debajo de nosotros contra las paredes rocosas del acantilado donde nos encontrábamos. Tú tomaste mi mano preocupada, asegurándome que debíamos irnos, mientras que el viento lleno de sal arrojaba tu cabello sobre tu rostro, al mismo tiempo que traía consigo las enormes nubes negras que anunciaban una tormenta… pero de eso hace mucho tiempo ya.

Hoy he venido a despedirme de ti, de estos recuerdos que no me dejan avanzar, de estos recuerdos que me encadenan y no me dejan abrir mis alas para seguir volando alto entre las nubes, alto en el cielo teñido de colores oxidados al atardecer. Alto, alto en el cielo lleno de estrellas de la noche, alto antes de que salga la luna, alto donde pueda sentir al viento…

A pesar de que la vida está llena de momentos, momentos buenos y malos que terminan convirtiéndose en recuerdos, he decidido ser como el viento: libre. Libre de esos recuerdos que atan, libre de esos recuerdos que traen dolor, libre de esos recuerdos que amargan y que no te dejan continuar… De esos recuerdos que, como las nubes más oscuras que flotan en el cielo, el viento arrastra consigo por un tiempo pero, tarde o temprano, los deja atrás… No en el olvido, pero sí atrás en un lugar que sabe visitó, pero que no sabe cuándo volverá…

Así, quizás, algún día nos volvamos a encontrar; y será como ahora, como esta brisa tranquila que rodea mi cuerpo. Y a pesar de que no pueda verte, cerraré mis ojos y sentiré tu mano sosteniendo la mía, tu pecho apoyándose sobre mi espalda y tu mano libre recorriendo mi quijada, guiándola hacia la derecha, donde tu rostro se encontrará esperando mi mirada, con tu cabello ondeando en dirección al mar.

Entonces rodearas mi cuerpo, y bajo el cielo oscuro lleno de estrellas te colocaras en frente de mí. Ahí nos observaremos en silencio, yo en el risco y tú flotando sobre el mar, diciendo con nuestras miradas lo que no nos habíamos dicho en mucho tiempo. Ahí, el viento agitará tu vestido largo y fantasmal, mientras la luna comienza a reclamar su lugar en el, hasta entonces, oscuro cielo de la noche.

Al final, cuando el satélite terminara de salir del mar y su plateada luz se reflejara sobre la inquieta superficie del agua, bailando al compás de la melodía compuesta por las olas y el viento, tú me tomarás de las manos y juntos, saboreando la sal en el aire, navegaremos el cielo bajo las estrellas donde nos perderemos entre la noche, flotando como el viento, libres de nuestros pasados, hasta llegar a la luna…

Autor:kuroi

29 enero 2010

Ella

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Ella

Ella era como cualquier otra, tenía 2 piernas y 2 brazos, las primeras más largas que los últimos y los últimos más agraciados que las primeras. Sus manos eran delicadas y sutiles, sus pies ágiles y ligeros. Su rostro era hermoso en su simpleza, simpleza que resaltaba aquellos ojos de tonos como uno de esos colores ambarinos de los que se tiñe el cielo cuando atardece.

Su cuerpo no tenía nada de especial. Su figura se curveaba alrededor de su cintura y sus caderas a medida que el vestido que colgaba de sus hombros cubría con su pudorosa y desgastada tela lo que podía de su piel morena, llegando con orgullo hasta poco más arriba de sus rodillas llenas de cicatrices.

Como dije, ella era como cualquier otra: normal. Frágil, llena de pensamientos inocentes y de temores, alegre, sentimental… Ella era una soñadora atrapada en un mundo de decepciones demasiado reales con forma de pesadillas.

Sin embargo; a ella le gustaba bailar… y cuando bailaba ella era única, ella era especial…

Sin importar donde estuviese, ella no necesitaba melodía más preciosa que las armonías que cantaban las voces del silencio y el viento. Bajo la dirección de sus respiraciones, la música de fondo estaba conformada por los sonidos que la tela de su vestido producía al templarse en el aire gracias a la inercia de sus movimientos, mientras que el peso de sus pies al entrar en contacto con el suelo le daban un toque de percusión a la obra.

Sin pensarlo mucho y guiada por sus sentimientos, ella levantaba sus brazos buscando acariciar el cielo con sus dedos y estirando su pierna izquierda comenzaba una intrincada serie de movimientos, algunos sencillos otros no tanto, que dibujaban en un lienzo invisible todo tipo de figuras con cada parte de su cuerpo.

En compañía del viento ella bailaba… y ella bailaba su alegría, su tristeza y su sufrimiento. Con cada paso que daba ella caminaba sobre el agua y con cada salto ella volaba sobre las nubes. Libre de sus pensamientos. Ajena al tiempo.

Ella necesitaba tantas cosas y ninguna a la vez, pero en su coreografía improvisada y llena de movimientos tan fluidos como el agua, ella era siempre feliz, feliz en un mundo lleno de luz donde la oscuridad que amenazaba con asomarse en él desaparecía con facilidad al ella girar su cuerpo una vez más, transportándose así a uno nuevo donde todo era más amplio y acogedor que en el anterior.

En sus mundos, ella era el sol, la luna y las estrellas; ella era el cielo y el mar. En su baile, ella era admirada por todos pero reconocida por ninguno…

Una vez más sus brazos subían y bajaban, se estiraban buscando alcanzar algo intangible o se recogían abrazando el calor de su cuerpo. Sus piernas se extendían y se doblaban, siguiendo un compás que sólo ella conocía y podía apreciar. Una y otra vez… y otra vez….

Sin darse cuenta, el tiempo continuó su paso y nunca se olvidó de ella, pues ella nunca dejó de ser una mujer normal. Así, su largo y ondulado cabello comenzó a perder su color caoba, y sobre su piel comenzaron a asomarse arrugas cada vez más pronunciadas. Sin embargo; sus ojos… esos ojos del color del atardecer nunca dejaron de contemplar al cielo cada vez que ella alzaba sus brazos y estirando su pierna izquierda comenzaba a bailar.

Abrazando su soledad ella baila con su alegría, su tristeza y su sufrimiento, esperando que algún día las voces del silencio y del viento le canten canciones que la llenen de felicidad

Autor:kuroi

26 enero 2010

Ojos de invierno

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Ojos de invierno

Como siempre, era invierno cuando pasó por última vez. Un hombre caminaba por la montaña tratando de despejar su mente por un rato. No hacía mucho que había salido de su cálido hogar para dar sólo un paseo. Aquel día, salió con sus botas preferidas para caminar por el suelo cuando está cubierto de nieve. Los árboles del bosque por donde deambulaba, ya habían desnudado sus ramas para dejar que el invierno los arropara durante su letargo temporal. Silencio. Eso era todo lo que se escuchaba aquel día, sólo las pisadas sobre la nieve y la respiración del hombre se atrevían a revelarse ante aquel mágico suspenso.

Ya había caminado por un buen rato, perdido entre sus pensamientos y guiado únicamente por sus pies. Caminaba sin rumbo, disfrutando de lo que él suponía debía sentir el viento al moverse libremente por el mundo. Uno tras otro, veía los arrugados troncos de los árboles pasar a su alrededor, y fue así como la encontró. Al frente de él, a unos 20 pasos de distancia, se encontraba una mujer de tez blanca, casi tan pálida como la nieve, y de extremidades ligeramente alargadas que le otorgaban una cierta elegancia. Su cabello, largo y ondulado, caía libremente hasta la mitad de su espalda, cubriéndola con un denso manto negro que contrastaba con el resto de su cuerpo oculto por un largo y perlado vestido, adornado solo con encajes.

La joven estaba concentrada observando la congelada rama de un árbol víctima del invierno, mientras que sus dedos finos y alargados detallaban las grietas en la madera, contemplando así los recuerdos y las marcas que el tiempo había dejado sobre aquella vieja superficie. Sin embargo, el joven no pudo evitar perderse en la nostalgia de su rostro ni en la tristeza que mostraban aquellos ojos azules como el cielo.

La mujer se agachó brevemente y su mano buscó una pequeña ave que se encontraba sobre la nieve con sus alas extendidas. Estaba muerta, congelada, como cualquier otra víctima más del invierno. “Debe ser por eso que esta triste” pensó el joven, y usando aquello como escusa intentó llamar la atención de la joven, quien al escuchar sus palabras no pudo evitar asustarse, abriendo completamente sus ojos y clavando su mirada penetrante sobre él. Ambos, paralizados por un momento, cruzaron sus miradas en silencio mientras que el susurro del viento se escuchaba a lo lejos. Había algo extraño en ella, de eso él estaba seguro.

Sin decir nada, ella comenzó a correr aterrorizada, alejándose de él con el ave entre sus manos. Confundido, el joven todavía no comprendía lo que había pasado, pero sabía que aquella mujer podía perderse con facilidad en aquel lugar si corría sin rumbo presa del pánico, hasta congelarse y morir, al igual que aquel pájaro. Entonces, él la siguió, abriéndose paso entre la nieve, dejando atrás los troncos de los árboles que cada vez aparecían con más frecuencia y que permanecían inmóviles ante el viento que comenzaba a soplar con mayor intensidad, trayendo consigo las nubes grises que anunciaban una nevada.

Ella corrió y corrió y él la siguió y la siguió, haciendo caso omiso del clima, hasta llegar a un pasillo formado por árboles que se alzaban a sus costados, cuyas ramas se entrelazaban en el aire formando un techo lleno de huecos que dejaba colar los plateados rayos del sol invernal. Era un lugar lleno de contrastes, donde la luz y las sombras se disputaban una batalla dramática por las cortezas de los árboles y la nieve del suelo. Ella lo cruzó sin dudar, mientras que él no pudo evitar detenerse en el umbral.

Sin aliento de tanto correr, el joven contempló por un momento aquel pasillo formado por árboles. Sin duda alguna, ese debía ser un lugar hermoso en primavera y en otoño, donde las hojas de los árboles bañarían a la escena de diversos colores y tonos, llenándola de vida. Sin embargo, los arboles grises y fríos aportaban un aire tétrico que tampoco podía negarse. Levantó una vez más la mirada hacia el cielo y fueron las nubes grises las que le recordaron que debía moverse.

Decidido a abandonar su persecución si la joven no se encontraba al otro extremo, lentamente cruzó el pasillo hasta que finalmente salió de la entramada sombra de los árboles. Ahí, se encontraba un pequeño y tranquilo lago, cuyas aguas oscuras aún no se habían congelado a pesar de lo avanzado que estaba el invierno; y ahí, de pie a la orilla de éste, se podía observar la figura de la joven contemplando la quietud de su superficie.

En silencio, ella se volteó lentamente hasta que su rostro preocupado pudo observar a su perseguidor, permitiendo que él pudiera contemplar nuevamente aquella mirada llena de tristeza, mientras que los copos de nieve que caían suavemente comenzaron a cubrir su cabello ondulado. Extendiendo su mano, él intento acercarse pero ella lo rechazó volteándose lentamente, dándole la espalda, observando los blancos copos de nieve que se perdían después de caer sobre las oscuras aguas del lago.

Levantando levemente el vestido, apenas lo suficiente para revelar sus pálidos pies descalzos, ella comenzó a avanzar hacia el líquido elemento que tenía al frente. Con sutileza, ella intentó meter el pie en el agua, pero en cambio, su plana superficie lo rechazó por completo permitiendo que se apoyara firmemente, como si estuviera congelado. Él joven se quedó inmóvil, “¿acaso aquel lago podía estar en realidad congelado?” pensó. Ella siguió caminando sobre las negras aguas. Un paso, y el agua se aplanaba bajo su pie. Un paso, y la superficie del lago permanecía inmutable. Un paso, siempre firme. Un paso. Otro paso… Deteniéndose, se dio la vuelta para observar con su triste mirada al joven confundido que se encontraba de pie, y lentamente se sentó sobre el lago, dejando que su largo vestido se mojara con sus frías aguas…

Fue entonces cuando el joven cayó presa del pánico, pero ya era demasiado tarde. Al ver cómo él se preparaba para correr y alejarse de ahí, la joven sólo preguntó “¿no vas a venir?” y el joven se detuvo en seco. Esas cuatro palabras pronunciadas suave y gentilmente, resonaron con un tono triste y melancólico, rompiendo por un momento con el silencio que agobiaba al lugar.

Poco a poco, el joven se dio la vuelta para que su mirada encontrara nuevamente aquella cabellera negra y aquellos ojos azules llenos de lamentos, y entonces comenzó a caminar. Un paso, y su pie se hundía en la nieve. Un paso, y su respiración se tornaba más pesada. Un paso, y su corazón latía con mayor preocupación. Un paso, y sus ojos vieron cómo la joven se enderezaba lentamente. Un paso. Otro paso… y su cuerpo se encontraba ya a la orilla del lago. Deteniéndose como si dudara, el joven bajó la mirada y estiró el pie hacia adelante… Un paso, y su pie se hundió en las tranquilas aguas del lago. Un paso, y su cuerpo se mojaba cada vez más en aquella fría y líquida oscuridad. Un paso, y su cuerpo se sumergió para siempre. Un paso. Otro paso…

En la oscuridad, bajo la superficie de aquel lago, él vio nuevamente a la joven con su larga y frondosa cabellera negra flotando en el agua, mientras los plateados rayos de luz danzaban junto con las tranquilas y suaves olas de la superficie. Sin embargo, fueron aquellos penetrantes y brillantes ojos azules, llenos de remordimiento, lo que más lo tranquilizó. Aquellos ojos azules que lo miraban, mientras que con gentileza sus finos y alargados dedos colocaban el rígido cuerpo de un ave pequeña y de alas extendidas sobre el hombro de una estatua, una de las tantas estatuas inmóviles de hombres congelados que yacían en el fondo del lago, victimas de aquellos tristes ojos azules, aquellos ojos de invierno…

Autor:kuroi