21 septiembre 2010

El mapa de mis anhelos

4 Comentarios...

El mapa de mis anhelos
Foto original: Jessica Bradley


Era una tarde lluviosa como cualquier otra en esta temporada de lluvia, hacía rato que había dejado de llover pero el cielo gris anunciaba una continuación. Para ese entonces, las ventanas de mi balcón se habían convertido en una suerte de guardianes pues sus armaduras de vidrio resguardaban el poco calor que quedaba en la habitación, calor que el forajido del viento se empeñaba a arrebatar lentamente en una ruidosa lucha contra mis protectores, lucha que iba ganando poco a poco.

Al parecer, en algún momento la música se había cansado de acompañarme y decidió darle paso al silencio. No había algo de especial en ese día, nada dentro de estas pálidas paredes, paredes bañadas del gris que lograba filtrarse entre las persianas que colgaban delante de las ventanas, observando pacientes los tonos monocromáticos de las nubes que se esparcían por la ciudad.

Nada en esta habitación era especial, nada a parte de ese viejo sillón donde tú reposabas de espaldas al balcón, con la resaca de una siesta taciturna reflejada en tu mirada y con una suave sonrisa que se alegraba de estar ahí, conmigo. Feliz porque sí. Feliz por el simple hecho de sólo estar entre el silencio, sentados sobre ese pasivo mueble tú y yo.

Me viste una vez más con esa mirada relajada y tranquila, extendiendo tu mano con paciencia hasta acariciar la piel de mi rostro, pero a pesar del contacto, el sueño te volvió a ganar y tus ojos se cerraron una vez más. Es injusto pensé, mientras tu sonrisa de satisfacción comenzaba a desvanecerse de tu rostro.

No pienses demasiado, sólo respira.
No pienses demasiado, sólo siente.
No pienses demasiado, sólo existe o el universo de posibilidades te hará desparecer en el vacío del arrepentimiento.
No pienses…


Con gentileza mi mano se acercó a tu frente y te pidió con un gesto silencioso tu confianza. Tú exhalaste y yo asumí eso como tu aprobación. “Sólo… no te muevas” dije y lentamente fui acercando mi boca al lado derecho de tu cuello hasta que mis labios sintieron el calor del aire que cubría tu piel. En silencio, dejé escapar un poco de mi aliento para preparar la zona donde luego penosamente te besé, así como un niño que juega a los piratas, yo comencé a trazar el mapa del tesoro que guardaría mis anhelos.

Con la yema de mi índice tracé una línea imaginaria que subía por tu cuello hasta llegar a la esquina de tu boca. No pienses demasiado, me repetí y con mi mano derecha me atreví a sostener tu rostro mientras mi pulgar se dedicaba a conocer las diminutas comisuras de tus labios, contemplando las intimidades ocultas entre los pliegues de esa delicada piel rosada. Entonces sonreíste y yo no pude evitar hacer lo mismo, convirtiéndonos en unos tontos hablando en silencio.

Para ese punto me acuerdo de 3 cosas: hacía frío, el viento había dejado de pelear con la ventana y yo comenzaba a tener sed… mi boca comenzaba a tener sed.

Una última vez mi pulgar recorrió el borde de tus labios, despidiéndose así de tu boca para continuar trazando esa línea imaginaria que recorría tu rostro, atravesando simétricamente tu nariz a pesar de sus perfectas imperfecciones hasta llegar al medio de tus cejas. Allí, mi pulgar prefirió jugar a trazar pequeños círculos que le permitieran apreciar disimuladamente la textura de tus vellos, círculos que querían atrapar el tiempo en una espiral de sentimientos que finalmente escondería entre las sombras de tu ondulado cabello, enredándolo junto con mis dedos para que no nos lo pudieran robar.

¿Cómo podías estar tan tranquila? ¿Cómo podías confiar tanto en mí? ¿Cómo? ¿Por qué?...

Respira, sólo respira… y respiré.

Sólo siente… y entonces me dejé llevar.

Con suavidad besé primero tu frente, por tu mente aceptarme cómo soy y por querer sinceramente permanecer aquí conmigo. Luego besé tus ojos comenzando por el derecho, por ver siempre más allá de lo que quiero mostrar y por ver maneras de hacerme reír. Entonces besé con cuidado la punta de tu nariz y eso al parecer te causó cosquillas porque tu boca se curvó levemente en una cómplice sonrisa.

Finalmente, poco a poco fui acercando mi boca a la tuya hasta ese punto en que mis labios podían sentir los tuyos aún sin tocarse. La sed de mi boca se había extendido a mi garganta y el calor de tu respiración la llevaba hasta mis pulmones.

No pienses… pero lo hice.

Mi boca dejó escapar mi aliento sobre la tuya, liberando todas esas palabras mudas que no te podía decir, y al igual que con el cuello marqué ahí el punto final del mapa del tesoro que había comenzado a trazar y que en algún momento regresaría para reclamar.

Afuera, el sonido de las gotas estrellándose contra las ventanas indicaba que había comenzado a llover. Mi boca seguía sedienta y tú… tú seguías ahí, mirándome con esa mirada cansada y tranquila, regalándome una sonrisa relajada en ese sillón desgastado en una tarde lluviosa nada especial, sonriendo de nuevo para mí.

No pienses demasiado, sólo disfruta el momento.Autor:kuroi