29 enero 2010

Ella

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Ella

Ella era como cualquier otra, tenía 2 piernas y 2 brazos, las primeras más largas que los últimos y los últimos más agraciados que las primeras. Sus manos eran delicadas y sutiles, sus pies ágiles y ligeros. Su rostro era hermoso en su simpleza, simpleza que resaltaba aquellos ojos de tonos como uno de esos colores ambarinos de los que se tiñe el cielo cuando atardece.

Su cuerpo no tenía nada de especial. Su figura se curveaba alrededor de su cintura y sus caderas a medida que el vestido que colgaba de sus hombros cubría con su pudorosa y desgastada tela lo que podía de su piel morena, llegando con orgullo hasta poco más arriba de sus rodillas llenas de cicatrices.

Como dije, ella era como cualquier otra: normal. Frágil, llena de pensamientos inocentes y de temores, alegre, sentimental… Ella era una soñadora atrapada en un mundo de decepciones demasiado reales con forma de pesadillas.

Sin embargo; a ella le gustaba bailar… y cuando bailaba ella era única, ella era especial…

Sin importar donde estuviese, ella no necesitaba melodía más preciosa que las armonías que cantaban las voces del silencio y el viento. Bajo la dirección de sus respiraciones, la música de fondo estaba conformada por los sonidos que la tela de su vestido producía al templarse en el aire gracias a la inercia de sus movimientos, mientras que el peso de sus pies al entrar en contacto con el suelo le daban un toque de percusión a la obra.

Sin pensarlo mucho y guiada por sus sentimientos, ella levantaba sus brazos buscando acariciar el cielo con sus dedos y estirando su pierna izquierda comenzaba una intrincada serie de movimientos, algunos sencillos otros no tanto, que dibujaban en un lienzo invisible todo tipo de figuras con cada parte de su cuerpo.

En compañía del viento ella bailaba… y ella bailaba su alegría, su tristeza y su sufrimiento. Con cada paso que daba ella caminaba sobre el agua y con cada salto ella volaba sobre las nubes. Libre de sus pensamientos. Ajena al tiempo.

Ella necesitaba tantas cosas y ninguna a la vez, pero en su coreografía improvisada y llena de movimientos tan fluidos como el agua, ella era siempre feliz, feliz en un mundo lleno de luz donde la oscuridad que amenazaba con asomarse en él desaparecía con facilidad al ella girar su cuerpo una vez más, transportándose así a uno nuevo donde todo era más amplio y acogedor que en el anterior.

En sus mundos, ella era el sol, la luna y las estrellas; ella era el cielo y el mar. En su baile, ella era admirada por todos pero reconocida por ninguno…

Una vez más sus brazos subían y bajaban, se estiraban buscando alcanzar algo intangible o se recogían abrazando el calor de su cuerpo. Sus piernas se extendían y se doblaban, siguiendo un compás que sólo ella conocía y podía apreciar. Una y otra vez… y otra vez….

Sin darse cuenta, el tiempo continuó su paso y nunca se olvidó de ella, pues ella nunca dejó de ser una mujer normal. Así, su largo y ondulado cabello comenzó a perder su color caoba, y sobre su piel comenzaron a asomarse arrugas cada vez más pronunciadas. Sin embargo; sus ojos… esos ojos del color del atardecer nunca dejaron de contemplar al cielo cada vez que ella alzaba sus brazos y estirando su pierna izquierda comenzaba a bailar.

Abrazando su soledad ella baila con su alegría, su tristeza y su sufrimiento, esperando que algún día las voces del silencio y del viento le canten canciones que la llenen de felicidad

Autor:kuroi

26 enero 2010

Ojos de invierno

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Ojos de invierno

Como siempre, era invierno cuando pasó por última vez. Un hombre caminaba por la montaña tratando de despejar su mente por un rato. No hacía mucho que había salido de su cálido hogar para dar sólo un paseo. Aquel día, salió con sus botas preferidas para caminar por el suelo cuando está cubierto de nieve. Los árboles del bosque por donde deambulaba, ya habían desnudado sus ramas para dejar que el invierno los arropara durante su letargo temporal. Silencio. Eso era todo lo que se escuchaba aquel día, sólo las pisadas sobre la nieve y la respiración del hombre se atrevían a revelarse ante aquel mágico suspenso.

Ya había caminado por un buen rato, perdido entre sus pensamientos y guiado únicamente por sus pies. Caminaba sin rumbo, disfrutando de lo que él suponía debía sentir el viento al moverse libremente por el mundo. Uno tras otro, veía los arrugados troncos de los árboles pasar a su alrededor, y fue así como la encontró. Al frente de él, a unos 20 pasos de distancia, se encontraba una mujer de tez blanca, casi tan pálida como la nieve, y de extremidades ligeramente alargadas que le otorgaban una cierta elegancia. Su cabello, largo y ondulado, caía libremente hasta la mitad de su espalda, cubriéndola con un denso manto negro que contrastaba con el resto de su cuerpo oculto por un largo y perlado vestido, adornado solo con encajes.

La joven estaba concentrada observando la congelada rama de un árbol víctima del invierno, mientras que sus dedos finos y alargados detallaban las grietas en la madera, contemplando así los recuerdos y las marcas que el tiempo había dejado sobre aquella vieja superficie. Sin embargo, el joven no pudo evitar perderse en la nostalgia de su rostro ni en la tristeza que mostraban aquellos ojos azules como el cielo.

La mujer se agachó brevemente y su mano buscó una pequeña ave que se encontraba sobre la nieve con sus alas extendidas. Estaba muerta, congelada, como cualquier otra víctima más del invierno. “Debe ser por eso que esta triste” pensó el joven, y usando aquello como escusa intentó llamar la atención de la joven, quien al escuchar sus palabras no pudo evitar asustarse, abriendo completamente sus ojos y clavando su mirada penetrante sobre él. Ambos, paralizados por un momento, cruzaron sus miradas en silencio mientras que el susurro del viento se escuchaba a lo lejos. Había algo extraño en ella, de eso él estaba seguro.

Sin decir nada, ella comenzó a correr aterrorizada, alejándose de él con el ave entre sus manos. Confundido, el joven todavía no comprendía lo que había pasado, pero sabía que aquella mujer podía perderse con facilidad en aquel lugar si corría sin rumbo presa del pánico, hasta congelarse y morir, al igual que aquel pájaro. Entonces, él la siguió, abriéndose paso entre la nieve, dejando atrás los troncos de los árboles que cada vez aparecían con más frecuencia y que permanecían inmóviles ante el viento que comenzaba a soplar con mayor intensidad, trayendo consigo las nubes grises que anunciaban una nevada.

Ella corrió y corrió y él la siguió y la siguió, haciendo caso omiso del clima, hasta llegar a un pasillo formado por árboles que se alzaban a sus costados, cuyas ramas se entrelazaban en el aire formando un techo lleno de huecos que dejaba colar los plateados rayos del sol invernal. Era un lugar lleno de contrastes, donde la luz y las sombras se disputaban una batalla dramática por las cortezas de los árboles y la nieve del suelo. Ella lo cruzó sin dudar, mientras que él no pudo evitar detenerse en el umbral.

Sin aliento de tanto correr, el joven contempló por un momento aquel pasillo formado por árboles. Sin duda alguna, ese debía ser un lugar hermoso en primavera y en otoño, donde las hojas de los árboles bañarían a la escena de diversos colores y tonos, llenándola de vida. Sin embargo, los arboles grises y fríos aportaban un aire tétrico que tampoco podía negarse. Levantó una vez más la mirada hacia el cielo y fueron las nubes grises las que le recordaron que debía moverse.

Decidido a abandonar su persecución si la joven no se encontraba al otro extremo, lentamente cruzó el pasillo hasta que finalmente salió de la entramada sombra de los árboles. Ahí, se encontraba un pequeño y tranquilo lago, cuyas aguas oscuras aún no se habían congelado a pesar de lo avanzado que estaba el invierno; y ahí, de pie a la orilla de éste, se podía observar la figura de la joven contemplando la quietud de su superficie.

En silencio, ella se volteó lentamente hasta que su rostro preocupado pudo observar a su perseguidor, permitiendo que él pudiera contemplar nuevamente aquella mirada llena de tristeza, mientras que los copos de nieve que caían suavemente comenzaron a cubrir su cabello ondulado. Extendiendo su mano, él intento acercarse pero ella lo rechazó volteándose lentamente, dándole la espalda, observando los blancos copos de nieve que se perdían después de caer sobre las oscuras aguas del lago.

Levantando levemente el vestido, apenas lo suficiente para revelar sus pálidos pies descalzos, ella comenzó a avanzar hacia el líquido elemento que tenía al frente. Con sutileza, ella intentó meter el pie en el agua, pero en cambio, su plana superficie lo rechazó por completo permitiendo que se apoyara firmemente, como si estuviera congelado. Él joven se quedó inmóvil, “¿acaso aquel lago podía estar en realidad congelado?” pensó. Ella siguió caminando sobre las negras aguas. Un paso, y el agua se aplanaba bajo su pie. Un paso, y la superficie del lago permanecía inmutable. Un paso, siempre firme. Un paso. Otro paso… Deteniéndose, se dio la vuelta para observar con su triste mirada al joven confundido que se encontraba de pie, y lentamente se sentó sobre el lago, dejando que su largo vestido se mojara con sus frías aguas…

Fue entonces cuando el joven cayó presa del pánico, pero ya era demasiado tarde. Al ver cómo él se preparaba para correr y alejarse de ahí, la joven sólo preguntó “¿no vas a venir?” y el joven se detuvo en seco. Esas cuatro palabras pronunciadas suave y gentilmente, resonaron con un tono triste y melancólico, rompiendo por un momento con el silencio que agobiaba al lugar.

Poco a poco, el joven se dio la vuelta para que su mirada encontrara nuevamente aquella cabellera negra y aquellos ojos azules llenos de lamentos, y entonces comenzó a caminar. Un paso, y su pie se hundía en la nieve. Un paso, y su respiración se tornaba más pesada. Un paso, y su corazón latía con mayor preocupación. Un paso, y sus ojos vieron cómo la joven se enderezaba lentamente. Un paso. Otro paso… y su cuerpo se encontraba ya a la orilla del lago. Deteniéndose como si dudara, el joven bajó la mirada y estiró el pie hacia adelante… Un paso, y su pie se hundió en las tranquilas aguas del lago. Un paso, y su cuerpo se mojaba cada vez más en aquella fría y líquida oscuridad. Un paso, y su cuerpo se sumergió para siempre. Un paso. Otro paso…

En la oscuridad, bajo la superficie de aquel lago, él vio nuevamente a la joven con su larga y frondosa cabellera negra flotando en el agua, mientras los plateados rayos de luz danzaban junto con las tranquilas y suaves olas de la superficie. Sin embargo, fueron aquellos penetrantes y brillantes ojos azules, llenos de remordimiento, lo que más lo tranquilizó. Aquellos ojos azules que lo miraban, mientras que con gentileza sus finos y alargados dedos colocaban el rígido cuerpo de un ave pequeña y de alas extendidas sobre el hombro de una estatua, una de las tantas estatuas inmóviles de hombres congelados que yacían en el fondo del lago, victimas de aquellos tristes ojos azules, aquellos ojos de invierno…

Autor:kuroi

24 enero 2010

El último baile

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El último baile

Tú siempre fuiste especial para mí. Aquella sonrisa tuya que nada más con asomarse en esa mueca imperfecta, en esa leve curvatura en la esquina derecha de tu boca, tan tímida pero tan hermosa, pícara y juguetona, bastaba para que yo cediera como la roca lo hace con el agua, sin importar que tanto me opusiera al final.

Tus lágrimas… Tus lágrimas tenían el poder de hacer que me enfrentara contra la ola más grande en la peor tormenta de la historia, sin importar que tan pequeño fuera ante aquel enemigo despiadado que te hizo derramar tu dolor, tu tristeza, sin importar que esa ola fuese por mi culpa… solo importaba el camino de amargura que aquella lágrima salada había marcado sobre tu rostro al deslizarse por tu mejilla…

No importaba el momento, no importaba el gesto, no importaba el lugar, cada vez que hacías algo no podía evitar atrapar ese instante en mi mente y buscarlo de regreso cada vez que me acordaba de ti. La sutileza con la que tu mano derecha soltaba tu antebrazo izquierdo y se iba a reposar en la base de atrás de tu cuello cuando estabas nerviosa, la forma como te levantabas después de haber estado sentada perdida en tus pensamientos, o la manera elegante como preparabas tu cuerpo antes de comenzar a bailar.

Yo siempre estuve ahí, cada vez que estirabas tu mano o levantabas tu pierna, en cada giro o en cada salto, siempre estuve a tu lado, observando cómo tu sudor se escapaba y abandonaba tu cuerpo. No podía evitar perderme en el tiempo cada vez que te veía bailar… Tu rostro, tu expresión, tu mirada esmeralda, tu boca…

Aún ahora, después de que nos separamos, todo esto sigue igual. Aquí, mientras tu bailas bajo esta nieve de tonos naranja, mientras tu saltas bajo las chispas amarillas, mientras giras bajo los trozos de papel que flotan cubiertos en llamas antes de convertirse en cenizas, aún ahora mi cuerpo sigue a tu cuerpo mientras bailas, aún ahora mi brazos esperan ansiosos a que bajes y te reúnas con ellos cuando saltas, aún ahora mi mano sostiene las tuyas para que gires a tu alrededor, aún ahora… cuando ya no puedes verme.

Y aquí, aunque la ola me venció antes de levantarse en esta habitación cubierta en llamas, no puedo más que acompañarte y bailar contigo, como lo hacíamos antes, esperando el momento cercano en que el fuego te arrope entre sus brazas, y destruya esta barrera invisible que nos separa, hasta que tu mirada hipnotizante se pose en mí nuevamente y me puedas volver a ver

Autor:kuroi

20 enero 2010

Silencio

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Esta noche no quiero que hables, por favor. Tus labios ya han dejado escapar demasiadas palabras y mis oídos están saturados de ellas. Por favor.

Yo solo quiero que nos miremos el uno al otro, y que permanezcamos así, perdidos en los tenues reflejos de nuestros ojos, reflejos apenas perceptibles en esta oscuridad salpicada por escasas estrellas.

Ahí, cuando el exhalar de nuestras respiraciones se sincronicen y entren en armonía, mi índice derecho se posará gentilmente sobre tus labios, cruzándolos para que éstos no rompan el hechizo causado por el silencio.

Sin dejar de mirarte, extenderé mi brazo libre y lo pasaré por tu espalda, recorriendo con mis dedos la parte posterior de tus hombros, pasando por el valle curvado de tu columna y las dunas desiertas de la parte posterior de tus costillas hasta llegar a tu cintura, lugar donde reposará mi mano restante.

Con delicadeza, mi brazo te acercará a mí en un intento furtivo, y fallido quizás, de recuperar el calor que has alejado de mi cuerpo y de llenar el vacío que tus palabras se han encargado de cavar dentro de mi cuerpo.

Silencio es todo lo que quiero. Silencio es lo que necesito… quizás así las palabras que sembraste en mí dejen de cavar el interior de mi cuerpo, desgarrando mis músculos y perforando mis órganos como termitas que se abren paso entre la madera. Extenuadas, quizás, en silencio tus palabras no tendrán refuerzos que las releven de su faena.

Por favor, no dejes que el hechizo se rompa y permite que así, con mi frente tocando la tuya y mi índice entre nuestros labios, mi mirada pueda perderse entre tus ojos abandonando la fría oscuridad de la noche para adentrarse en la tibia oscuridad de tu alma, y así poder encontrar una luz tan brillante que pueda poner en este cielo salpicado de pocas estrellas

Autor:kuroi

16 enero 2010

Errores

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Reflexionando, no puedo evitar darme cuenta que esa historia que compartimos tú y yo, nuestra historia, es una historia llena de errores marcada por una frase incompleta: “no debí…”.

Y es que no debí acercarme a ti en primer lugar, así como no debí ser yo quien te mandara un mensaje sin esperar nada a cambio, sólo por seguir un impulso y querer jugar al azar… No debí esperar respuesta tuya, mucho menos tu atención, de hecho no lo hice… pero cuando respondiste, también es cierto que no debí responderte de regreso, ni esa ni alguna de las demás veces que le siguieron hasta que nuestros mensajes se transformaron en una conversación.

Las horas pasaron y no debí pensar en ti. Los días siguieron y no debí preocuparme por las horas oscuras que permanecías en silencio. Las semanas no se atrevieron a desafiar el flujo del tiempo y yo no debí permitirme contar los días desde que te conocí.

Incluso cuando lo disfrutaba, también existen cosas que no debí hacer. Para empezar no debí hablarte de mí, de las cosas que me gustaban y de las cosas que no. Tampoco debí mostrarte interés y dejar que mi sentido de equilibrio o de justicia (o mi desorden obsesivo compulsivo, como quieras llamarlo) me ganara, por eso no debí preguntar acerca de ti. No debí hacer planes contigo, escuchar tus canciones ni recomendarte otras más… y especialmente, no debí caer en la trampa de aquellas hermosas y tentadoras palabras que usabas para captar mi atención, así como la luna lo hace con los insectos que vuelan de noche…

No debí hablar contigo. No debí pelear contigo. No debí disculparme contigo. No debí preocuparme si estabas sufriendo por mi culpa. No debí reírme de tus chistes, de tus gestos o de tus comentarios. No debí… hacer muchas cosas contigo… pero sobre todo, no debí conocerte…

¡Hum!… resulta hasta gracioso cuando lo piensas un poco mejor y ves hacia atrás. Fueron tantas cosas, quizás demasiadas, y yo no debí ser tan tonto como para seguir agregando elementos a esta lista saturada de ellos…

Finalmente, y aunque sabes que no me gusta quejarme, quiero que sepas que sé seguramente no debí decirte todo esto… pero esta lista de errores no estaría completa si no admito que no debí escribirte todo esto cuando no tengo arrepentimientos, y mientras pienso que siempre estaré aquí… para ti… por ti.

Autor:kuroi

10 enero 2010

Toma mi mano

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Toma mi mano

… ¿Despertaste?

Abre los ojos… yo estoy aquí, a tu lado; y seguiré aquí, junto a tí.

Bajo este cielo lleno de estrellas, no podría estar más feliz de yacer contigo sobre la grama verde, humedecida por el rocío, que cubre esta colina despejada con vista al mar y a las incandescentes luces de la ciudad. Sin importar que tan fría sea la briza que nos canta con sus leves susurros, el contacto de tu cuerpo con el mío me da el calor suficiente para estar seguro que, aquí y ahora, esto no es uno de esos sueños donde al finalizar la noche permanecería junto a ti, donde ninguno de los dos tendríamos que regresar a nuestras vidas paralelas…

Sin embargo, esta noche se acerca a su fin y nosotros debemos prepararnos para partir una vez más. Aquí, en este lugar testigo de nuestras emociones, acostados bajo la oscuridad del cielo que se prepara para retroceder poco a poco ante la tenue luz del sol que amenaza con asomarse, yo debo dejar de pensar por un momento en ti para encontrar el punto de salida que utilicé para dejar por una noche mi vida y así poder unirme a la tuya. Pero… ¿cómo podría no querer quedarme contigo un poco más?

¿Cómo podría no gustarme sentir el peso de tu cabeza apoyada sobre mi pecho o el contacto de tu frente con el borde de mi barbilla? ¿Por qué no querría detallar el contorno de tu figura o contemplar el color de tu piel, pálida por la luz de las estrellas? O ¿cuándo dejaría de disfrutar el recorrer la curvatura de tu espalda con mis dedos, sintiendo con cada roce el calor de la sangre que bombea tu corazón?

Antes de que te levantes y tu suave voz diga “adiós”, ¿cómo no querer detener el tiempo para pedirte una cosa más?: toma mi mano.

Con tu mano sosteniendo la mía y mientras aún queden estrellas brillando en el cielo, ambos regresaríamos a mi hogar. Yo iré primero. Lentamente mis pies se alejarán del suelo y con mi mirada fija en tu rostro, mi cuerpo comenzará a ascender hacia el cielo salpicado de estrellas.

Sin importar cuánta confusión se muestre en las arrugas de tu frente, ni cuánto temor se refleje en tus ojos, yo quiero mostrarte que todo estará bien. Por eso, mientras tu mano se aferre a la mía, yo seguiré subiendo y tú lo harás conmigo. Tan pronto como tus pies se despidan de la grama, no te preocuparás por caer porque ya no sentirás a tu peso anclarte a la tierra, y así, una por una, tus preocupaciones se quedarán atrás.

Centímetro a centímetro. Metro a metro. Kilómetro a kilómetro. Nosotros nos alejaremos de las luces de la ciudad y nos acercaremos el uno al otro. No tendremos frío, tampoco temor. Seremos sólo tú, yo y las estrellas.

Cuando ya no queden nubes que atravesar, yo pondré tu mano sobre mi pecho y bordearé tu cintura con mi brazo, acercando tu rostro al mío, susurrando tu nombre, contemplando tu temple. Finalmente, nuestros cuerpos se dividirán en estrellas y nuestro amor se convertirá en una constelación, eterna como el tiempo. Libres, donde todos nos puedan ver, y donde no tendremos que despertar nunca más del sueño que nos separa.

Entonces… ¿te atreves a tomar mi mano?

Autor:kuroi

02 enero 2010

Libres

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Libres


Yo… yo debo admitir que siempre pensé que en el amor encontraría la llave para obtener mi libertad, una libertad en un mundo lleno de cadenas y prisiones invisibles, algunas más grandes que otras, pero que a la final siempre te restringen y limitan a vivir sumergido en preocupaciones… Entonces llegaste tú, y contigo se apareció esa llave intangible que me permitiría cumplir mi anhelo: ser libre.

Y yo quería ser libre, ser libre juntos… yo quería que contigo a mi lado, tomados de la mano o no, alcanzáramos nuevas alturas mientras rompíamos nuestras cadenas y quebrábamos las barras de nuestras celdas. Tu mirada, tus besos, tus palabras, tu tacto… tus gestos serían el combustible y el alimento que nos mantendría surcando los cielos o atravesando los mares por siempre, hasta que la vida y la muerte nos separaran, porque estando ambos vivos o muertos igual seguiríamos siendo libres, libres en nuestro amor. Pero luego aprendí que sin importar cuán atrás dejáramos a nuestros captores, sin importar cuán feliz me hacías sentir, nuestras cadenas nunca dejarían nuestros pies ni liberarían nuestras muñecas, y que nuestras jaulas sólo se habían expandido en vez de desaparecer. Fue entonces cuando te fuiste, y luego yo comprendí que la libertad que tú me diste fue sólo un placebo… uno con sabor al dulce de tus labios.

Y yo quiero ser libre… libre de ti, de la cadena en que te convertiste cuando te fuiste, libre de sentirme feliz como soy y con lo que siento, libre de pensamiento y libre para surcar los cielos en cualquier momento y en cualquier dirección. Sin importar cuántas cadenas me anclen a la tierra ni cuántas estén esperando algún descuido para unirse a las demás, yo quiero ser libre de ignorarlas y sentir que, a pesar de todo, no son nada más que el aire que frena mi cuerpo pero que siempre podré vencer y seguir adelante… siempre adelante…

Y tú serás libre… libre de los prejuicios que se convirtieron en las barras invisibles de la prisión que limita tu razonamiento, libre de aquellas falacias que por orgullo o por ignorancia no te dejan apreciar lo que tienes en frente de ti, y que no te dejan ver más allá del límite de tus ojos…

Y, finalmente, nosotros seremos libres… libres como el viento, y así podremos ser felices nuevamente, más felices que antes, pero no juntos… Entonces será muy tarde para eso, e irónicamente nuestra libertad será posible mediante la barrera invisible que nos separará con el tiempo. Aún cuando mi mano pueda tocar la tuya o tu mano pueda tocar mi cuerpo… el amor que alguna vez sentimos se convertirá en las llaves que nos liberará de las cadenas en que nos vertimos el uno para el otro… Sólo así, podremos ser libres tú, yo y alguien más.

Autor:kuroi

01 enero 2010

Momentos

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Momentos


A veces pienso que la vida es simplemente un suspiro en el paso del tiempo, un suspiro breve, pero calmado y lleno de sentimientos. Un corto suspiro comparado con la longevidad del universo, un suspiro que nace y que, como el viento, poco a poco desaparece hasta mezclarse con su entorno, extinguiéndose, dejando de ser un suspiro para transformarse en algo más, pero siempre presente.

Pero, entonces… ¿por qué vivimos? ¿Qué hace que cada segundo que presenciemos valga la pena si tarde o temprano tendremos que llegar a un fin? Estas preguntas, no siempre tienen la misma respuesta, muchas veces depende del espacio y del tiempo, otras depende de otras personas, sin embargo, para encontrar una respuesta siempre pensamos en algo, un sentimiento, un recuerdo, un momento.

Al igual que el viento, nuestra vida tiene un principio, ya sea en lo alto entre las nubes o entre las pronunciadas olas del mar, partiendo desde el calor de un volcán o desde el frío de un glaciar, nuestra vida está siempre en constante movimiento, recorriendo lugares nuevos, recogiendo olores y arrastrándolos con nosotros, como recuerdos de un instante que queremos conservar.

Son estos momentos los que nos hacen más fácil el camino, momentos de amor, momentos de alegría, momentos de dolor, momentos de sufrimiento, momentos de odio, momentos de tristeza, momentos de soledad, momentos de amistad… Son estos momentos, guardados en recuerdos, los que de algún modo u otro definen nuestro destino final, los que indicaran el lugar donde finalmente se extinguirá nuestro viento antes de mezclarse con el aire. Son estos momentos los que valorarán nuestra vida, nuestro recorrido, y es cuestión de nosotros, sólo de nosotros, decidir cuáles lugares queremos recordar y cuáles aromas queremos arrastrar hasta el final; cuáles momentos cargaremos siempre en nuestra memoria y cuáles es mejor dejar atrás, olvidados, ocultos en lo más profundo de nuestra mente, sin valor alguno que nos pueda ayudar a alcanzar nuestra meta.

Podemos arrastrar los delicados pétalos de la flor más linda, o las nubes oscuras de la tormenta más fuerte que jamás ha existido, la fragancia dulce de la primavera, o las cenizas del peor de los incendios… Sólo nosotros decidiremos por cuánto tiempo los cargaremos durante nuestro viaje en soledad y en compañía de la nada. Momentos…

Autor:kuroi