26 enero 2010

Ojos de invierno


Ojos de invierno

Como siempre, era invierno cuando pasó por última vez. Un hombre caminaba por la montaña tratando de despejar su mente por un rato. No hacía mucho que había salido de su cálido hogar para dar sólo un paseo. Aquel día, salió con sus botas preferidas para caminar por el suelo cuando está cubierto de nieve. Los árboles del bosque por donde deambulaba, ya habían desnudado sus ramas para dejar que el invierno los arropara durante su letargo temporal. Silencio. Eso era todo lo que se escuchaba aquel día, sólo las pisadas sobre la nieve y la respiración del hombre se atrevían a revelarse ante aquel mágico suspenso.

Ya había caminado por un buen rato, perdido entre sus pensamientos y guiado únicamente por sus pies. Caminaba sin rumbo, disfrutando de lo que él suponía debía sentir el viento al moverse libremente por el mundo. Uno tras otro, veía los arrugados troncos de los árboles pasar a su alrededor, y fue así como la encontró. Al frente de él, a unos 20 pasos de distancia, se encontraba una mujer de tez blanca, casi tan pálida como la nieve, y de extremidades ligeramente alargadas que le otorgaban una cierta elegancia. Su cabello, largo y ondulado, caía libremente hasta la mitad de su espalda, cubriéndola con un denso manto negro que contrastaba con el resto de su cuerpo oculto por un largo y perlado vestido, adornado solo con encajes.

La joven estaba concentrada observando la congelada rama de un árbol víctima del invierno, mientras que sus dedos finos y alargados detallaban las grietas en la madera, contemplando así los recuerdos y las marcas que el tiempo había dejado sobre aquella vieja superficie. Sin embargo, el joven no pudo evitar perderse en la nostalgia de su rostro ni en la tristeza que mostraban aquellos ojos azules como el cielo.

La mujer se agachó brevemente y su mano buscó una pequeña ave que se encontraba sobre la nieve con sus alas extendidas. Estaba muerta, congelada, como cualquier otra víctima más del invierno. “Debe ser por eso que esta triste” pensó el joven, y usando aquello como escusa intentó llamar la atención de la joven, quien al escuchar sus palabras no pudo evitar asustarse, abriendo completamente sus ojos y clavando su mirada penetrante sobre él. Ambos, paralizados por un momento, cruzaron sus miradas en silencio mientras que el susurro del viento se escuchaba a lo lejos. Había algo extraño en ella, de eso él estaba seguro.

Sin decir nada, ella comenzó a correr aterrorizada, alejándose de él con el ave entre sus manos. Confundido, el joven todavía no comprendía lo que había pasado, pero sabía que aquella mujer podía perderse con facilidad en aquel lugar si corría sin rumbo presa del pánico, hasta congelarse y morir, al igual que aquel pájaro. Entonces, él la siguió, abriéndose paso entre la nieve, dejando atrás los troncos de los árboles que cada vez aparecían con más frecuencia y que permanecían inmóviles ante el viento que comenzaba a soplar con mayor intensidad, trayendo consigo las nubes grises que anunciaban una nevada.

Ella corrió y corrió y él la siguió y la siguió, haciendo caso omiso del clima, hasta llegar a un pasillo formado por árboles que se alzaban a sus costados, cuyas ramas se entrelazaban en el aire formando un techo lleno de huecos que dejaba colar los plateados rayos del sol invernal. Era un lugar lleno de contrastes, donde la luz y las sombras se disputaban una batalla dramática por las cortezas de los árboles y la nieve del suelo. Ella lo cruzó sin dudar, mientras que él no pudo evitar detenerse en el umbral.

Sin aliento de tanto correr, el joven contempló por un momento aquel pasillo formado por árboles. Sin duda alguna, ese debía ser un lugar hermoso en primavera y en otoño, donde las hojas de los árboles bañarían a la escena de diversos colores y tonos, llenándola de vida. Sin embargo, los arboles grises y fríos aportaban un aire tétrico que tampoco podía negarse. Levantó una vez más la mirada hacia el cielo y fueron las nubes grises las que le recordaron que debía moverse.

Decidido a abandonar su persecución si la joven no se encontraba al otro extremo, lentamente cruzó el pasillo hasta que finalmente salió de la entramada sombra de los árboles. Ahí, se encontraba un pequeño y tranquilo lago, cuyas aguas oscuras aún no se habían congelado a pesar de lo avanzado que estaba el invierno; y ahí, de pie a la orilla de éste, se podía observar la figura de la joven contemplando la quietud de su superficie.

En silencio, ella se volteó lentamente hasta que su rostro preocupado pudo observar a su perseguidor, permitiendo que él pudiera contemplar nuevamente aquella mirada llena de tristeza, mientras que los copos de nieve que caían suavemente comenzaron a cubrir su cabello ondulado. Extendiendo su mano, él intento acercarse pero ella lo rechazó volteándose lentamente, dándole la espalda, observando los blancos copos de nieve que se perdían después de caer sobre las oscuras aguas del lago.

Levantando levemente el vestido, apenas lo suficiente para revelar sus pálidos pies descalzos, ella comenzó a avanzar hacia el líquido elemento que tenía al frente. Con sutileza, ella intentó meter el pie en el agua, pero en cambio, su plana superficie lo rechazó por completo permitiendo que se apoyara firmemente, como si estuviera congelado. Él joven se quedó inmóvil, “¿acaso aquel lago podía estar en realidad congelado?” pensó. Ella siguió caminando sobre las negras aguas. Un paso, y el agua se aplanaba bajo su pie. Un paso, y la superficie del lago permanecía inmutable. Un paso, siempre firme. Un paso. Otro paso… Deteniéndose, se dio la vuelta para observar con su triste mirada al joven confundido que se encontraba de pie, y lentamente se sentó sobre el lago, dejando que su largo vestido se mojara con sus frías aguas…

Fue entonces cuando el joven cayó presa del pánico, pero ya era demasiado tarde. Al ver cómo él se preparaba para correr y alejarse de ahí, la joven sólo preguntó “¿no vas a venir?” y el joven se detuvo en seco. Esas cuatro palabras pronunciadas suave y gentilmente, resonaron con un tono triste y melancólico, rompiendo por un momento con el silencio que agobiaba al lugar.

Poco a poco, el joven se dio la vuelta para que su mirada encontrara nuevamente aquella cabellera negra y aquellos ojos azules llenos de lamentos, y entonces comenzó a caminar. Un paso, y su pie se hundía en la nieve. Un paso, y su respiración se tornaba más pesada. Un paso, y su corazón latía con mayor preocupación. Un paso, y sus ojos vieron cómo la joven se enderezaba lentamente. Un paso. Otro paso… y su cuerpo se encontraba ya a la orilla del lago. Deteniéndose como si dudara, el joven bajó la mirada y estiró el pie hacia adelante… Un paso, y su pie se hundió en las tranquilas aguas del lago. Un paso, y su cuerpo se mojaba cada vez más en aquella fría y líquida oscuridad. Un paso, y su cuerpo se sumergió para siempre. Un paso. Otro paso…

En la oscuridad, bajo la superficie de aquel lago, él vio nuevamente a la joven con su larga y frondosa cabellera negra flotando en el agua, mientras los plateados rayos de luz danzaban junto con las tranquilas y suaves olas de la superficie. Sin embargo, fueron aquellos penetrantes y brillantes ojos azules, llenos de remordimiento, lo que más lo tranquilizó. Aquellos ojos azules que lo miraban, mientras que con gentileza sus finos y alargados dedos colocaban el rígido cuerpo de un ave pequeña y de alas extendidas sobre el hombro de una estatua, una de las tantas estatuas inmóviles de hombres congelados que yacían en el fondo del lago, victimas de aquellos tristes ojos azules, aquellos ojos de invierno…

Autor:kuroi

0 Comentarios...: