14 abril 2010

Paranoia


Paranoia

No importa cuánto intente resistirme, creo que desde hace tiempo que ya es demasiado tarde para mí.

No sé si fue el ondear de tu cabello, el resplandor de tu sonrisa o el tono de tu voz, pero desde aquel momento que te cruzaste por mi camino, extendiste tu red y yo caí directo en tu engaño. Trillado, lo sé, pero aún sigo siendo esa polilla que se quedó pegada en algún lugar de tu tejido casi invisible pero de fragancia tan dulce que me es imposible resistir el acercarme sólo un poco más, tan sólo un poco, y saborear ese perfume tuyo.

Aún a pesar de eso, yo siempre fui libre de ir a donde quisiera, pues los hilos de tu red eran muy flexibles, pero sobre todo intangibles. Después de todo, con el tiempo entendí que tu red no era para mi cuerpo, si no para mi mente.

Era mi mente la que me hacía decir esos chistes que no te agradaban pero que te hacían reír, la que me hacía regalarte esas flores que te hacían llorar de emoción pero cuyo color no te agradaba, y la que hacía que mi mano acariciara tu piel y mis labios te dieran besos que te hacían sonrojar pero que a la final no te gustaban… No te gustaba… yo. Tú eras feliz y triste a la vez. Tú me querías cerca y lejos… pero cerca también… Y yo, yo no te podía entender. No te pude entender.

Finalmente tú pediste tiempo y espacio como si quisieras crear otro universo paralelo. “Al menos por un tiempo” fue lo que dijiste y yo accedí. Libre por fin de tus contradicciones, podría vivir tranquilo sin pensar en lo que querías de mí, sin pensar en ti. Libre al fin de tu red… o eso creí.

No estoy seguro cuándo fue, pero tú me llamaste sólo una vez luego de que me dejaste ir. Sólo fue una vez algún tiempo después de que tu rostro dejara de visitar la soledad de mi mente, y de pronto fue como si nunca te fuiste de ese rincón de mi ser consciente e inconsciente reservado para ti. Únicamente para ti.

Comencé a verte en cada esquina donde giraba, en cada escalera, en cada mesa y en cada calle a la que visitaba, aún cuando no lo quería. Especialmente cuando no lo quería. Toda conversación que sostenía era contigo incluso cuándo no eras partícipe de la misma, sin importar que estuvieras novecientos ochenta mil quinientos setenta y tres kilómetros (y veintiocho centímetros) lejos de mí, con una tribu caníbal en alguna isla desconocida o en un antro rodeada de hombres y mujeres cazando su próxima víctima o su próximo trofeo.

Yo sabía que no estabas ahí, que no estabas aquí, pero aún así el viento traía ese perfume que alguna vez disfrutaba tanto oler directo de tu piel. Ese perfume que exudaba el hilo invisible que se pegó a mí y nunca me dejó ir, manteniéndome preso en una red de paranoia, y que ahora se tensaba nuevamente para hacerme volver a ti.

Autor:kuroi

4 Comentarios...:

Sancfc dijo...

Excelente :D

Sandum dijo...

Destacable el hecho de que aunque la red era mental, eran las sensaciones físicas las lograban "tensar" la paranoia... Nice... Saludos! =)

Carolina dijo...

ahi que fastidio eso de empecinarse con una persona :S así sepas q no es la mejor para tí....

es jodido

lo digo porq me ha pasado :(

Mariana dijo...

Genial descripción de esa sensación tan cotidiana y tan destructiva