25 mayo 2010

Naranja y oscuro




“Hola ¿Qué tal?” fueron esas tres palabras las que, para mí, marcaron el inicio de lo que sería una hermosa experiencia, una expedición fotográfica a través de Venezuela donde un grupo de personas, acompañadas por sus cámaras, pasaría días y noches disparando sus obturadores en medio de disputas territoriales con mosquitos y demás especímenes de la fauna salvaje criolla durante un total de 16 días. 16 días exactos y 17 desconocidos por conocer, analizar, querer y odiar…

En ese momento, yo ya sabía tres cosas de ti: la primera que eras fotógrafo, bastante obvia por su puesto. La segunda que eras de Caracas al igual que yo, pues tu acento lanzao te delataba con facilidad. Y finalmente que tenías una sonrisa cautivadora. No contagiosa, no… cautivadora.

El tiempo pasó muy rápido y sin darnos cuenta en doce días ya habíamos abandonado el caos capitalino para encontrarnos en la tranquilidad de la Gran Sabana. En doce días había aprendido a fotografiar paisajes a través de ventanas, a tomar fotos a la aparente oscuridad de la nada nocturna sin alterar su esencia y, especialmente, había aprendido alrededor de diez mil maneras diferentes de justificar cada foto que sacaba donde el flash se disparaba accidentalmente con tal de poder apreciar mejor lo que estabas haciendo, esas figuras que tus manos trazaban en el aire o la manera como tu rostro cambiaba de expresión sin perder ese brillo en tu mirada que relampagueaba al cruzarse con la mía para luego anunciar, con el tronar de tu carcajada, la tormenta que estaba por desatarse dentro de mi pecho…

Así llegó el décimo tercer día y con él Santa Elena de Üairen. Para ese entonces el sol decidió tomarse un descanso y en su lugar dejó a las nubes más oscuras que en mi vida había visto. Fue un día de lluvia, lo que se tradujo como un día de descanso y de intercambio intelectual entre colegas.

Tras horas de monólogos monótonos fragmentados bajo la lluvia tú me llamaste, dijiste que necesitas ayuda con algo, yo sonreí y tú no demoraste en hacerlo también. “No tardaremos mucho, lo prometo”, añadiste intentando disipar alguna duda inexistente en mi mente y con un simple “Ok” ambos nos despedimos del grupo y abandonamos la sala donde nos encontrábamos.

Tú me condujiste entre los pasillos de la posada donde nos hospedamos hasta llegar a una habitación pequeña y arreglada. Ahí todo era de madera: el piso, la puerta, los muebles y la ventana inmensa incrustada en una de las paredes.

Entonces volviste a hablar mientras señalabas con tu cámara la ventana cerrada mostrando el anillo dorado que reposaba en el dedo anular de tu mano izquierda, y sin titubear te acercaste a ella y con tu mano libre la abriste de par a par dejando que una luz anaranjada inundara la habitación. Sin que nos diéramos cuenta, en algún momento había dejado de llover y ahora el cielo estaba salpicado de pequeñas nubes esparcidas que se bañaban en los tonos oxidados del atardecer.

“Aquí”, dijiste señalando el marco de la ventana abierta. “Son sólo unas fotos en contraluz, ven”, añadiste dejando escapar de nuevo esa sonrisa que no me dejaba pensar en una excusa válida para refutar tu petición. Yo me paré al borde de la ventana y tú me diste unas instrucciones que intenté seguir al pie de la letra mientras tú tomabas distancia y te alejabas de mí. Te sentaste en la cama y el sonido del obturador de tu cámara comenzó a resonar en la habitación.

Moviendo tu cabeza de un lado a otro regresaste y me diste más instrucciones: “Coloca tu mano aquí”, y con gentileza sujetaste mi mano alejándola unos diez centímetros de mi cuerpo. “Ahora inclina un poco los hombros hacia acá. Así, y ahora mira hacia acá”.

Tu mano comenzó a acercarse hacia mi rostro, deteniéndose a mitad de camino. Allí, con tu rostro parcialmente iluminado, tu boca mortificada dejó escapar una pregunta “¿puedo?”. Ante la escases de palabras que mi mente podía recordar, mi cerebro sólo me dejó asentir mientras te miraba fijamente.

Tus manos reanudaron su viaje hasta que se encontraron con la piel de mi quijada y lentamente ejercieron presión hasta que mi cara comenzó a ceder. A esta distancia podía ver por primera vez la seriedad en tu mirada, estabas nervioso pero tus manos se quedaron ahí, inmóviles, como partes de una estatua que se rehúsa a seguir el flujo del tiempo; sin embargo tu carne no pudo evitar recordar que no podía ser piedra y tu mano izquierda abandonó su lugar despidiéndose de mi cuello mientras continuaba su descenso hasta tus caderas, y aquél resplandor dorado se desvaneció entre la sombra de tu cuerpo.

Instintivamente mis ojos reflejaron mi confusión y mi temor, señales que tu captaste sin problemas pues con tu mano derecha todavía tocando mi quijada dijiste “Yo he visto cómo me miras, esa forma como tus ojos retroceden al encontrarse con mi mirada y se esconden detrás de tu cámara. He visto cómo tu sonrisa se asoma cada vez que me rio y…” Despacio, tu dedo pulgar se alejó un poco del resto para acariciar el borde de mi boca, detallando gentilmente los detalles secretos de las intimidades de mis labios.

Con lentitud pude ver como tus ojos se iban haciendo más grandes y como el aire se iba tornando cada vez más cálido. Poco a poco pude apreciar los distintos tonos de caoba que coloreaban tu iris hasta que finalmente pude sentir cómo tus labios saludaron a los míos y, en ese momento, todo se volvió naranja y oscuro…

Esa noche no llovió más, pero la luna quiso acompañar su velada con un viento intermitente que estaba decidido a arrastrar consigo el vapor de un pueblo caluroso cada vez que soplaba.

Entonces llegó el día número catorce, y con el no tardaron mucho en aparecer los días quince y dieciséis marcando el fin de una expedición que terminó donde todo comenzó. Como dije, fueron dieciséis días y 16 personas para conocer, analizar, querer y odiar… pero sólo una para amar.Autor:kuroi

4 Comentarios...:

Anónimo dijo...

WOOWWWWW Mijito me erizaste la piel.... creo que eso lo dice todo... XOXO

The Dreamer dijo...

Volví a leer esto por enésima vez. Simplemente es maravilloso recrear la escena y es que la cuentas de una manera tan real, sin tantos y con muchos detalles a la vez. No es un relato largo donde se nota que todo es deseado o fingido, no es un relato corto donde le restas importancia al momento. Es simplemente un maravilloso momento plasmado como tal cual debe mantenerse en la mente para traer siempre una sonrisa al rostro y sentir cosquillas por todo el cuerpo :)

Buena esa! xD

@arlettemontilla dijo...

Pues si, me llegó, me estremeció... esta historia está viva!

Sandum dijo...

Ya la había leído y no se por que no comente... Muy bonita, sobre todo el momento del beso es espectacular... Saludos!